La trata de personas en la Selva y en otras partes del país ha alcanzado ribetes de escándalos. Y es que a diferencia de la captación y secuestro que realizan los tratantes, en esta región son los mismos padres quienes arriendan el cuerpo de sus hijas para la explotación sexual.
Su nombre de pila es Kira. Tiene 15 años y es natural de Iquitos. Hace tres años su madre la envió a Pucallpa para que pudiera estudiar su secundaria. Sin embargo, nunca se matriculó. No tenía ni un mes de haber llegado a esta calurosa ciudad, cuando sus tíos maternos la obligaron a trabajar para ayudar a la manutención de la casa.
Fue su tío Alberto, un asiduo parroquiano a los locales nocturnos de esta ciudad, quien la llevó donde un amigo suyo, dueño de un restaurante a orillas del puerto fluvial de Pucallpa, para que pudiera trabajar.
Kira nos cuenta que al principio solo se dedicaba a tomar los pedidos y llevar la comida a los comensales. Por ese trabajo le pagaban 20 soles diarios, de los cuales 10 debía dar a su tío y cinco a su tía. “Yo solo me quedaba con apenas cinco soles, este monto no me alcanzaba, por lo que un día decidí hablar con el dueño para haber si podía aumentarme. José, como todos lo llaman aquí, me dijo que si quería ganar dinero tenía que trabajar hasta la 12 o 1 de la mañana sirviendo cerveza a los clientes. No vi nada de malo en ello, así que acepté”. Grueso error.
Sin imaginar siquiera en lo que se había metido, Kira terminó sumergida semanas después en el alcohol y luego en la prostitución.
Por sus servicios sexuales esta menor de edad que ya va cumplir tres años en este mundo de miseria nos revela que cobra 20 a 30 soles, de esa cantidad 10 tiene que entregar a José por el alquiler del peque peque (bote), que es el lugar que ella utiliza como cuarto y que pertenece a su empleador.
“Al mes logro juntar unos 600 a 800 soles. Sé que no es mucho pero me alcanza para comprar mi ropa y enviar unos 150 soles a mi madre. Espero algún día tener suficiente plata para salirme de este mundo, aunque sinceramente no sabría qué hacer porque no he estudiado nada”, nos dice esta niña.
Kira no es la única menor de edad que trabaja en este local. También está Norma, una hermosa pucallpina de 17 años que fue captada por estos inescrupulosos a través de sus primas.
A diferencia de Kira que aún no tiene hijos, Norma carga entre sus brazos un niño de unos 10 meses de nacido. Ella coloca dentro de una caja de cartón a su menor hijo para que este duerma mientras se alista para salir a la pista de baile.
Norma al igual que su compañera Kira también se dedica a la prostitución. Precisamente en una “noche de trabajo” fue que se embarazó.
Esta pucallpina no tiene claro su futuro. Por lo pronto, cuenta, que seguirá metida en este negocio a la espera que un buen hombre la rescate del fango en la que se encuentra.
Historias como las de Kira y Norma abundan lamentablemente por esta parte de la selva del país.
A diferencia de las grandes mafias que operan en Europa y Asia donde las menores son captadas y algunas veces secuestradas para explotarlas sexualmente, negocio que les reporta grandes ganancias a los tratantes, en Pucallpa la explotación sexual comercial solo constituye una economía de complemento al menudeo (venta de comida, cervezas, cigarrillos y otros)
El antropólogo Jaris Mujica así lo comprobó en una investigación que realizó en esta ciudad durante los meses de febrero y diciembre del 2010.
Mujica, que también es investigador asociado del Centro de Promoción y Defensa de los Derechos sexuales y Reproductivos (PROMSEX) observó, por ejemplo, que en Pucallpa no es posible la existencia de patrones organizados, estables y sistemáticos de captación, secuestro o seducción de niñas y adolescentes, ya que son los mismos padres o tutores quienes llevan a sus hijas a “trabajar” en este negocio. Aunque esto no quiere decir, agrega, que el fenómeno de la explotación sexual no exista, ni que sea menos relevante. “Por el contrario, muestra lógicas precarias de comercio, de subsistencia económica, pero también sistemas de la explotación asociadas a la estructura familiar y, por lo tanto, ampliamente extendidos y de fácil reconocimiento”, dice Mujica.
La oferta de servicios sexuales de menores de edad existe de manera clara y extendida en Pucallpa (y en las ciudades de la Amazonía peruana). Así, en los bares alrededor de los puertos y aserraderos de la orilla del río Ucayali, en las tabernas para los pescadores y balseros que rodean el mercado de Yarinacocha la oferta de servicios sexuales de menores de edad es permanente, desde el mediodía hasta las 2 o 3 de la mañana. Es fácil ver en la vida cotidiana a niñas, adolescentes -como es el caso de Kira y Norma- que se acercan a los comensales a atender las mesas proveyendo de cerveza o ron a los clientes y acompañando sus conversaciones, así como también ofreciendo sus “otros servicios”.
La realidad descrita nos muestra que el sistema de trata de niñas y adolescentes en estos espacios (Pucallpa y otros lugares de la Amazonía) funciona más como un recurso económico de las economías domésticas, en donde las propias familias, a decir de Mujica arriendan los cuerpos de sus hijas para la explotación. Asimismo que las microeconomías de la explotación sexual que aparecen de manera sistemática creando un enorme, extendido pero inestable negocio, fluctúan estacionalmente. Y finalmente que esta problemática muestra una economía de gestión de precariedad, en donde todo se compra y todo se vende.
Cifras:
1.- Del 2008 al 15 de setiembre del 2012, la Dirincri PNP (División de Investigación de Delitos de Trata de Personas) rescató a 71 menores explotadas sexualmente en provincia, y a 65 en Lima.
2.- De esa cifra, 21 eran niñas entre 10 y 14 años. El resto, tenía entre 14 y 18 años.
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