Escribe: Paula
Romero Gonzales (*)
Hacía
falta la imagen de un niño sirio ahogado que escapaba de la guerra ocupando las
portadas internacionales para que latiese algo de humanidad en el corazón de
las autoridades europeas; como si el flujo migratorio en las costas del
Mediterráneo fuese casual, como si necesitásemos la evidencia morbosa y visual
para poner sobre la mesa un tema que lleva años a la cola en la agenda
política.
Ahora,
el goteo de desplazados es incesante, más de 3 millones de sirios han huido de
la guerra y 218.000 refugiados se concentran en las fronteras de Europa. En los
últimos 15 años, más de 25 mil personas han fallecido en el Mediterráneo
convirtiendo el mar en una fosa común.
Ante
la deshumanización de los sistemas democráticos europeos, incapaces de
reconocer su parte de culpa en esta crisis socio-económica que azota nuestra
realidad, los ciudadanos han mostrado su solidaridad abriendo las puertas a los
refugiados. Mientras tanto, la subasta de sirios ya ha comenzado, y la
canciller alemana Ángela Merkel ha dotado de diferentes cifras a los países
receptores de desplazados que buscan una segunda oportunidad. Sin embargo, esta
decisión no ha dejado indemne a la población que empieza a polarizarse entre
los que ven la acogida como una amenaza. Muchos temen un posible atentado
terrorista, otros perder ciertos privilegios. Pero más allá del fenómeno de
migración actual y de las medidas coyunturales de ayuda urgente, hay un
problema de base: Europa no está preparada para ofrecer sostenibilidad a largo
plazo. Catalogan a los sirios como la ‘generación perdida’, personas que
difícilmente podrán recuperar una vida digna en una Europa internamente
quebrada; los países del sur apenas pueden ofrecer una respuesta sólida a los
ciudadanos miembros, por ende, la diversificación de recursos en pro de la
solidaridad internacional ha despertado la xenofobia y el rechazo, propiciando
conductas violentas que alimentan una situación donde probablemente debamos
preguntarnos en qué hemos fallado; aunque para ello haya que revisar la
historia.
La
integración de los refugiados es el gran reto que deben afrontar los países con
recursos, dejando de cercar las fronteras y de pedir el carné de primera o
segunda clase a ciudadanos hijos de un mundo que parió entre todos la bendita
globalización.
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(*) Comunicadora
social
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