Escribe: Francisco
Bobadilla Rodríguez (*)
Las
relaciones mando/obediencia abundan en la vida social. Las encontramos en la
familia: mamá dirige la casa, da encargos, otorga permisos. Las empresas no se
moverían sin jefes y colaboradores, las órdenes van y vienen. Los buenos jefes
consiguen resultados y transmiten entusiasmo. Saber mandar no es tarea fácil y
lo saben muy bien los colaboradores cuando tienen que sufrir a los malos jefes.
Manolo Alcázar, profesor de gobierno de personas de la Escuela de Dirección PAD
de la Universidad de Piura, se
lanza al ruedo y nos presenta su último libro: “Cómo mandar bien. Consejos para
ser un buen jefe”. Un libro que puede ayudarnos a conseguir que la organización
camine mejor.
El
oficio de mandar a muchos les queda grande. Unas veces, el afán de resultado
nos convierte en aplanadoras y atropellamos lo que se ponga por delante. Otras
veces, olvidamos que el camino más corto entre dos personas no es siempre la
línea recta. En una empresa, geometría y finura, lógica y corazón se dan la
mano. Sistemas y estilos, procesos estandarizados y personas singulares, todo a
la vez. Nos movemos en la complejidad, pero no carecemos de luces y estas
sencillas reglas son un buen inicio: saber qué hay que hacer, poder hacerlo,
saber hacerlo y querer hacerlo.
Sabemos,
además, que el mando llama a la obediencia. Es el otro lado de la cuerda. No es
fácil obedecer. De hecho, no llegamos por la mañana delante del jefe para
decirle: “señor, mande que yo estoy para obedecer sus órdenes”. Obedecer cuesta
y el buen jefe tiene que facilitar la obediencia. No la hagamos odiosa,
rompiéndole la cintura a la gente. El abc de toda orden apela a la inteligencia
y por eso tiene que ser racional. Asimismo, hay que hacerlo de tal modo que el
colaborador quiera hacerlo: nada más difícil que mandar a quien no quiere
obedecer. Y finalmente, hay una urbanidad de los modos: elegancia,
caballerosidad, delicadeza. De lo contrario, lo que nos sale es violencia destilada.
Saber pedir y saber a quién pedir. Hay cosas que no se
arreglan con un mail o con un memorándum. Las cosas importantes se deciden con
una taza de café, por lo menos. Una regla de plata: que el colaborador busque
al jefe. Un de regla de oro: que el jefe busque a su gente y baje allí donde
está la operación.
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(*) Vicerrector
adjunto de la U. de Piura
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