Al igual que se avisa en los paquetes de tabaco que fumar hace daño, los consumidores deberían estar advertidos de las consecuencias del consumo de ciertos alimentos. Sin embargo, por lo menos en el país, eso no se hace.
Los cambios en la dieta han sido vertiginosos en los últimos años y, como señalan expertos en nutrición, la tendencia es a peor. Comer mal, además, no solo produce obesidad, diabetes o problemas cardiovasculares. Están aumentando las alergias e intolerancias y también otros trastornos, de carácter más leve, que merman la calidad de vida.
Manuel Serrano-Ríos, catedrático de Medicina Interna de la Universidad Complutense y miembro de la Real Academia de Medicina, opina que “globalmente, una mala nutrición es un factor de riesgo más grave que el tabaco, ya que su impacto es mayor sobre muchos sistemas”.
La obesidad, que ha sido la primera enfermedad no infecciosa de la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declara una pandemia, es la consecuencia más visible de una mala alimentación.
“Los malos hábitos en la alimentación repercuten en el sistema inmune”, incide Ascención Marcos experta del Grupo de Inmunonutrición del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
La dificultad de diagnóstico se extiende a otros de los efectos de la mala nutrición, “trastornos sin gravedad pero que van mermando la calidad de vida, y de los que la gente no se preocupa hasta que no son verdaderos problemas”, afirma Pilar Cervera de la Universidad Menéndez Pelayo. “El estreñimiento es uno de los más comunes, del que se pueden derivar hemorroides o fisuras anales, que a la vez pueden terminar en anemia por pérdidas de sangre y en el peor de los casos puede generar cáncer; en general hay todo un subgrupo de trastornos ligados a una mala alimentación; mala hidratación, que da problemas de piel, de cabello... y estos pequeños trastornos simplemente se van asumiendo, por lo que no desaparecen o empeoran hasta que son realmente graves”, explica la experta, que aboga por una alimentación variada y con horarios establecidos como solución a estos problemas.
No están claras las razones del aumento ni tampoco la solución, pero existe consenso sobre cuál debe ser la principal vía de combate: la educación es la base para modificar unos hábitos más difíciles de cambiar conforme avanza la edad. “Esta falta de formación, de atención a la nutrición para una vida saludable, repercute en otros ámbitos muy graves, ya que se produce un riesgo de manipulación, porque la gente se cree todo lo que le cuentan sobre dietas, lo que se anuncia en televisión”, asegura Serrano-Ríos del Instituto Danone. Un grave desconocimiento que se transmite de padres a hijos: “Los niños son grandes imitadores, por eso es muy importante que toda la familia coma lo mismo”.
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