Escribe: Jaime Abanto (*)
Los
vemos por las calles diariamente; algunos dirigiendo el tránsito, otros
patrullando la ciudad, y hasta hace poco, cuidando bancos y tragamonedas.
Escenas
de policías corruptos, en estado etílico, entre otros hechos bochornosos,
probablemente influenciaron para que las personas, con el paso de los años, le
perdieran el respeto a estos uniformados. Sin embargo, hoy las cosas han
comenzado a cambiar.
Desde
que entró en vigencia el Decreto Legislativo 1194 varios agresores de policías han
comenzado a transitar hacia la cárcel, luego de rapidísimas sentencias.
Ver
desfilar desde una díscola mujer que le lanza el casco a un policía de tránsito
de un reverendo cachetadón… hasta un envalentonado nieto de un broadcaster que
se atreve a patear y escupir a unos policías que lo habían detenido por
conducir borracho, entre otros casos, son hechos lamentables y condenables.
Sin
embargo, como acontece hasta en las mejores familias, hay algunos policías que
se aprovechan de su condición para provocar y para agredir a algunos
ciudadanos, aprovechando este decreto. Por eso la preocupación de muchos
vecinos.
Los
policías no se caracterizan necesariamente por su bondad o su don de gentes, aunque
hay subrayar que existen excepciones, pero la mayoría tienen un aire hitleriano
hasta para comerse un cebiche. Y algunos incurren en el abuso, en el atropello
a los derechos de los ciudadanos y abusan de su uniforme hasta para poner una
infracción de tránsito.
Hay
que ponerse una mano al pecho, tampoco se puede jugar con la libertad de una
persona. De una persona que tiene familia, esposa, hijos, que lo esperan en
casa y que tendrán que esperarlo varios años por culpa de una mentira o de una
provocación adrede por un acto de venganza.
Abusar
del poder no es bueno. Tarde o temprano esa maldad actúa y las cosas se
revierten como un bumerang y acaban volviendo a uno o a la familia. Ni pegar a
un policía, ni insultarlo, ni ofenderlo…
Pero tampoco abusar de un ciudadano
porque se tiene uniforme y se tiene la sartén por el mango. Todos somos
susceptibles al error, a la equivocación, pero también a la enmienda y lo que
es mejor… siempre al perdón.
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(*) Escritor
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