En momentos
difíciles que vive el país, el empresario Raúl Diez Canseco nos recuerda que si
uno tiene fe, todo es posible.
La
fuerza de la naturaleza dejó a muchos peruanos en la miseria. En contados
minutos, años de sacrificios por tener una casa, un negocio propio, etc., se
perdieron por culpa del huaico. Ahora deberán empezar de cero.
Si
algo distingue al peruano del resto de latinoamericanos es su creatividad por
salir adelante en circunstancias difíciles. Varias historias de superación así
lo corroboran. Una de ellas, que vale la pena recordar, es la del hoy empresario
Raúl Diez Canseco, quien si un céntimo en el bolsillo no dudó en crear un
proyecto educativo, que con el tiempo se convertiría en una de la mejores
universidades del país.
La
historia de este visionario se inició hace casi 50 años, cuando era un
adolescente. Un día de verano, mientras sus amigos se alistaban para ir a la
playa, él, junto a dos amigos, decidieron fundar una academia para preparar a
los jóvenes que buscaban ingresar a una universidad.
Diez
Canseco tomó esta decisión para ayudar a su familia que se encontraba en
dificultades económicas por la pérdida de trabajo de su padre. Así nació la
academia preuniversitaria San Ignacio de Loyola. Era 1968, y el Perú había
caído bajo el régimen militar que derrocó al gobierno de Fernando Belaunde.
En
el 2016 la corporación educativa San Ignacio de Loyola, que agrupa a diversas
instituciones vinculadas al sector educativo, desde el nivel básico, técnico y
superior, hasta una escuela de posgrado, cumplió 48 años.
Ese
día, Raúl Diez Canseco dijo que la institución para llegar donde está recorrió
un largo, laborioso y apasionante camino. “Un camino que nos permite
inspirarnos para observar el futuro con visión, audacia y esperanza”.
Y
lo mencionó porque intenta demostrar a los jóvenes con hechos tangibles que es
posible empinarse desde cero, que si uno se lo propone puede hacer realidad los
sueños y proyectos y abrazar el triunfo, alcanzar la meta anhelada. “No contaba
con capital financiero cuando comencé; sin embargo, como contraparte, tenía
muchas ganas y sobre todo fe en mí mismo y en mis sueños”.
Estas
reflexiones se orientan al emprendedor peruano, especialmente a los que hoy lo
han perdido todo. De alguna manera, dice el empresario, todos somos
emprendedores porque en nuestras vidas desarrollamos una inquietud profesional,
una iniciativa social, una aventura, etc. Pero, sin duda, son los jóvenes los
llamados a arriesgar más porque simplemente están en juego su futuro. Un futuro
que puede ser decisivo para el país. Y el Perú es una tierra de emprendedores.
Eso es lo mejor de este país. (Redacción)
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