Afirman que los mejores se juegan la vida, ¿será por eso que el
humorismo es uno de los oficios más serios del mundo. Pero el terrorismo no
ganará, porque el ruido de una bomba puede menos que el estallido de una
carcajada.
Es muy fácil matar a dos policías. Es
muy fácil matar a un economista. Es muy fácil matar a un dibujante. Es muy
fácil matar a cuatro dibujantes. Es muy fácil matar a cinco periodistas. Tan
sencillo como matar a doce personas (dos policías, un economista, cuatro
dibujantes, cinco periodistas), tan simple como matar a todo el mundo cuando se
sabe que las personas somos frágiles por instinto. Nada más pacífico que la
redacción de una revista satírica. Por ejemplo, Charlie Hebdo. Por ejemplo, Wolinski, que antiguamente
había pasado por Hara-Kiri y que a lo largo de toda una década, los
años setenta, fue redactor jefe de Charlie. Allí
estaba, el día del atentado, Wolinski en la redacción de su semanario cuando le
mataron junto a sus compañeros. He leído en Internet que a algunos los llamaban
por su nombre mientras les descargaban los Kaláshnikov. Por ejemplo, Wolisnki a
sus 80 años. Un viejo que se ha pasado la vida dibujando, que se ha pasado la
vida haciendo reír a cientos de miles de personas frágiles. Pero matar es más
fácil que hacer reír.
Y también es más fácil matar a las personas que matar
a la risa. La historia del fanatismo, de la intransigencia, es esa: la
persecución de la risa. De eso, de la condena de la risa, se habla mucho, por
ejemplo, en El nombre de la rosa, una novela de herejes y de monjes que
tuvo mucho eco (con perdón). La risa es lo más parecido a la libertad. De hecho
existe la risa porque la libertad es imposible, y la gente frágil, aunque no
seamos de posibles, sí que tendemos al posibilismo. En los años en que Wolinski
era redactor jefe de Charlie, en París, trabajaba el en parque del
Retiro de Madrid un titiritero que además salía por televisión. Barba canosa,
la barriga como un baúl (para mostrar a todos que era nómada), camiseta y
tirantes. Como se llamaba Manuel de la Rosa escribió un libro titulado Manual de la risa por
Manuel de la Rosa. Me he pasado la vida riendo con estas cosas, y con todo en
general.
En aquella época
yo era un crío bromista y Franco había empezado a morirse en serio. Charlie Hebdo le
dedicaba portadas dibujándole en el ataúd de camino a su tumba (“Franco va
mieux. Il est allé au cimitière à pied”). De
algún modo, es decir, gracias a los dibujantes, a los humoristas, descubrí
entonces que la verdadera libertad es la risa. El Perich, Chumy Chúmez, OPS,
Summers, Cesc, Tip y Coll, por supuesto... En fin, todos. Reírse es luchar
contra las dictaduras. Porque los malos no ríen. La risa del malo parece
siempre más un graznido o un rebuzno que una risa. Cualquier cosa, menos un
sonido humano. A los malos lo que les hace gracia es la desgracia. El malo
necesita señalar con el dedo o con el cañón de su pistola aquello de lo que se
ríe, porque en realidad solamente él se está riendo su propia gracia y nadie
más se la ve por ninguna parte.
Es peligroso ser
humorista, los mejores se juegan la vida y, por eso, ya hemos visto, es uno de
los oficios más serios del mundo. Cuando alguien mata a un humorista, no es
para que deje de dibujar o de escribir o de contar sus ocurrencias, sino para
que los que quedamos vivos dejemos de hacerlo. Pero nunca lo consiguen. El
terrorismo odia la risa. No puede con ella, porque el ruido de una bomba puede
menos que el estallido de una carcajada.
Por ejemplo Wolinski, y por ejemplo, Charb, el
director de Charlie Hebdo. Han
matado a un izquierdista de 47 años; dicho así parece una vieja película
italiana. Pero sigue ocurriendo ahora. El atentado de ayer contra la histórica
revista satírica parisiense ha sido un atentado político en toda la regla, pues
el objetivo de los asaltantes era la libertad ahí donde se fabrica: en la
redacción de una revista de humor.
El periodismo es
la manera de vivir y de ser de los humoristas. Solo en un lugar tan fugaz y a
la vez tan persistente como las páginas de un periódico, o de una revista, o en
una emisora de radio o en una cadena de televisión, sólo en sitios así donde
está todo el mundo de paso, donde hasta lo que se dice está de paso por un día,
por unas horas, cabe un humorista. Un periodista y un humorista buscan lo
mismo: la verdad oculta de las cosas. El periodista y el humorista se enfrentan
a los mismos enemigos. Pero los periodistas fingen que hablan completamente en
serio y los humoristas aparentan hacerlo completamente en broma. Cuando se
junta un grupo de humoristas acaban fundando una revista y cuando se junta un
grupo de periodistas terminan contando chistes. La foto de Charb que ahora
mismo circula por Internet es contagiosa como la risa. La fotografía de este
dibujante levantando el puño como un comunista y sosteniendo en la mano con orgullo
un ejemplar de su CharlieHebdo. Solo
un fanático puede matar a un hombre con gafas. (Quizá quienes lo han matado
esperen alguna alusión relativa a las creencias de unos u otros, pero esto
ahora es lo de menos pues estamos hablando de lo único realmente sagrado para
los humoristas: la libertad).
El periodismo es
la frontera entre el poder y la libertad. Los periodistas son furtivos que le
roban al primero para darle a la segunda, y viceversa. A veces se quedan
atrapados en uno de los dos campos, y otras caen físicamente durante el camino
en el fuego cruzado. Un humorista cuando escribe por la libertad, por la
igualdad y por la fraternidad, escribe sobre todo por la hilaridad.
Por ejemplo
Wolinski, por ejemplo Charb y por ejemplo Cabu, sus gafas redondas, su peinado
redondo y extraño como una caricatura yeyé. El próximo martes 13 de enero iba a
cumplir 77 años. Cabu, veterano de mil publicaciones, anciano de una sola vida,
muerto a tiros en la redacción de su revista. (En España sabemos los días de
enero, los abogados de Atocha acribillados).
Lo que más odian las armas es el lápiz. El del
abogado, el del dibujante... El dibujante es el principal defensor del humor.
Un dibujante siempre lleva un lápiz en el bolsillo por lo que pueda ver o por
lo que se le pueda ocurrir.
Una persona con un lápiz en la mano es todavía más
frágil que sin él, porque los lápices nos muestran tal como somos: no tenemos
nada más que lo que decimos. Una persona con un lápiz es tan frágil como una
persona con gafas. El lema de la democracia es un hombre, un voto, el lema de
la libertad es un hombre un lápiz. O una mujer. El lenguaje está lleno de
trampas y los humoristas son artificieros especialistas en desactivarlas. Pero
un fanático no soporta que descubran sus trampas. Mata al que las evidencia.
Por ejemplo
Wolinski, por ejemplo Charb, por ejemplo Cabu, y por ejemplo Tignous, la
sonrisa irónica de los morenos tímidos, 58 años, humorista gráfico profesional,
colaborador de Charlie entre otras revistas. Ayer estaba
allí y lo mataron a tiros. Claro, para defenderse solo tenía un lápiz. Pero un
humorista es eso, un hombre que solo tiene un lápiz para defenderse.
Los fanáticos no
lo saben pues no saben nada que no sea su fanatismo, pero no van a poder con
los lápices. Cada vez hay más, porque en la vida en libertad lo primero que se
le enseña a una niña y a un niño es a coger el lápiz. (Por: Javier Pérez Andújar)
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