Escribe: León Trahtemberg (*)
Al observar la cantidad de conflictos
sociales e interpersonales que tenemos en el Perú, inclusive aquellos en los
que son protagonistas empresas o personas correctas y de buena voluntad, recordé una anécdota que hace
unas décadas me contó mi papá.
Cuando
él llegó al Perú en 1950 tuvo un chofer que
lo acompañó durante 28 años y al cual indemnizó para su jubilación. El chofer
insistía que, según su cuñado, él había trabajado 30 años con mi papá. Él le
mostró su pasaporte para que vea que eso era imposible porque solo tenía 28
años en el Perú. No había forma de hacerle entender. Era una mezcla de
terquedad, anclada en una idea fija y respuesta
emotiva de un peruano que quizá sentía que el extranjero lo estaba estafando
(supongo que como herencia inconsciente
de los siglos de Conquista y Colonia).
¿Qué
nos ha pasado a los peruanos que nos ha convertido en interlocutores
conflictivos, a veces irracionales, desconfiados, que vivimos con la presunción
que el otro siempre quiere engañarnos o estafarnos? No tengo respuestas simples
y concluyentes, pero sí tengo la presunción de que esto es producto de una
historia discriminadora nunca sincerada, una falta de vocación por lograr una
reconciliación interna entre los peruanos “de todas las sangres”, y una
visceral corrupción que lleva a presumir normalmente que quien quiera que tenga
el poder para decidir o tramitar algo, lo ejercerá para beneficio propio. En
suma, no nos hemos educado para vivir en comunidad y asumir los compromisos que de ello se deriva, por
la obsesión por vivir el “sálvese quien pueda” desde una mirada individualista
del éxito.
Nada
de esto se pone en agenda cuando se discute nuestra educación, currículo,
infraestructura, o cuando se evalúa obsesivamente el desempeño de niños
pequeños en matemáticas y lectura asumiendo que allí está la clave de la buena educación.
Tampoco cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM) aplauden la economía peruana o se discute
sobre seguridad ciudadana, corrupción, incapacidad del Poder Judicial o la
contaminación ambiental.
¿No
será hora de darle más peso en todos nuestros quehaceres a esta búsqueda de
construir una comunidad sana de la que todos nos sintamos parte activa y en la
que todos asumamos nuestras responsabilidades
ciudadana?
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(*) Educador
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