Escribe: Manolo Carrasco Eléspuru
(*)
Lo hemos escuchado y leído en más de una oportunidad, que tanto el éxito como el fracaso suelen ser hijos ilegítimos. El éxito, porque tiene muchos padres; y el fracaso, porque no tiene ninguno; o sea, es huérfano. Es decir, imaginemos un equipo de fútbol que gana el partido; ahí todos contribuyeron al triunfo: el entrenador, los jugadores, el presidente, el masajista, etcétera; en cambio, cuando lo pierden, todos enmudecen, callan, el ambiente se torna frío y sepulcral, nadie es responsable y son expertos de dar soluciones después de haberlo perdido.
Esto es la vida. Somos lo que aprendemos en cada
jornada, sin desperdiciar nada; porque recordemos
que de las malas experiencias, salen las mejores lecciones. Esta es la actitud,
insistir con la alegría de un visionario, que el éxito llegará tarde o
temprano.
El directivo que se encuentra frente a una
organización debe entender bien esta actitud, y deberá transmitirla con
entusiasmo y optimismo a su gente; porque la posibilidad de errar es real,
posible y necesaria para todos. Hay que enseñarles a afrontar esa realidad con
madurez, sentido de responsabilidad, apertura de mente, disposición por
aprender y, sobre todo, con
visión de mediano y largo plazo. Deberán navegar hilando las
causas y las consecuencias de los acontecimientos; pero siempre con ese gozo
interior de querer
“comerse el mundo”. Hay que ayudarles a descubrir, y a despertar, ese gigante
que todos llevamos adentro. Hemos de saber soñar, pero también aterrizar.
Ilusionarnos, comprometernos y sobreponerse ante las dificultades que siempre
estarán presentes. Como decía Balmes, teniendo la mente fría, el corazón de
fuego y los brazos de hierro.
Directores, gerentes, administradores, líderes,
enseñemos que el éxito no radica en las cosas, sino en las personas. No en el
triunfalismo, sino en los valores. Hay que tener la valentía de decir a tiempo
los errores cometidos y plantear soluciones de recuperación. También es
necesario tener la
humildad de mostrarnos como somos. Las personas valen más por lo que son, y no,
por lo que les ha sucedido.
Vivian Green decía “la vida no consiste solo en
esconderse para dejar que pasen las tormentas sin hacerte daño. Sino en
aprender a cantar también bajo la lluvia”. P.D.: Nunca perder el optimismo y
tener siempre el ánimo
grande.
--------(*) Coach & Speaker en Dirección.
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