El 2011 no pudo empezar peor para las naciones del Medio Oriente. A la crisis tunecina iniciada en los primeros días de enero y que terminó dos semanas después con el derrocamiento del presidente Zine El Abidine Ban Alí, quien estuvo en el poder 23 años, ahora se suma Egipto. Los motivos y la puesta en escena de ambas protestas parecen calcados. Miles de jóvenes desempleados se echan a las calles exigiendo el fin de gobiernos dictatoriales y corruptos que se han eternizado en el poder con fachadas democráticas, reclamando mejoras económicas y laborales. En ambos casos los presidentes han reprimido las protestas con violencia, dejando un alto número de muertos, sin que aparezca el fantasma de que el fundamentalismo islámico esté detrás de las movilizaciones. Con este complejo panorama en ciernes las protestas se han expandido a Yemen, en la Península Arábiga, así como a Jordania y Siria. El temor de que se presente un “efecto dominó”, que llegue no sólo al Magreb, Argelia, Marruecos o Libia, sino hasta otros estados árabes, como Arabia Saudita o los Emiratos, ya no es una mera especulación, sino una terrible y muy probable realidad.
Según la prensa internacional las opciones para Egipto, con cerca de noventa millones de personas, el ejército más poderoso y el mayor receptor de ayuda por parte de Estados Unidos dentro del mundo árabe, podrían ser las siguientes: un golpe de estado por parte de las fuerzas armadas que mantenga una especie de statu quo; la creación de un gobierno de transición o unidad nacional, encabezado por el premio Nobel de Paz, Mohamed El Baradei, cabeza visible de la oposición, o un eventual gobierno de transición liderado por los Hermanos Musulmanes. De estos tres, es el segundo el que se percibe con mayores posibilidades, afirma el internacionalista peruano Farid Kahhat dado el carácter de las protestas, que buscan una plena democracia. “En este caso específico El Baradei debería convocar a elecciones libres y abiertas en un plazo prudencial, pudiéndose presentar él mismo como candidato, pero teniendo en cuenta que el movimiento político de los Hermanos Musulmanes, con una visión religiosa pero moderada, tienen una gran organización y en el pasado reciente han demostrado su fuerza electoral”, advierte.
El también profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú, señala que estratégicamente el tipo de gobierno y la continuidad que le dé, o no, a la cercanía de Egipto con los países occidentales, en especial en cuanto a la actuación como muro de contención contra Al Qaeda, o su firme oposición a movimientos fundamentalistas como Hamas —en la Franja de Gaza— o Hezbollá —en Líbano— marcarían de manera definitiva la conformación del nuevo tablero de ajedrez en la región.
Uno de los países más preocupados por la situación que se vive en la zona es Israel, que ha mantenido una relación especial con Egipto desde Camp David, en 1979. Si en el mediano plazo la región terminara escorando peligrosamente hacia regímenes fundamentalistas, cosa que de momento no se ve posible, la seguridad de Israel se vería seriamente comprometida y el esfuerzo de Washington hacia su aliado estratégico se redoblaría. No se debe olvidar, adicionalmente, que el otro gobierno regional que había jugado un papel moderado y alineado con Occidente, Turquía, varió sustancialmente su política internacional hace poco, lo que contribuye a aumentar las dudas sobre el futuro devenir del área.
Con estos elementos de juicio en la mano, por ahora son muchas más las inquietudes y preguntas que las certezas sobre el futuro desarrollo de los acontecimientos y la manera que los mismos vayan a impactar en el corto o mediano plazo al mundo. Las reservas de petróleo y el poder económico de varios de los estados del Medio Oriente así lo demuestran, dice Kahhat. Lo cierto es que se está produciendo un movimiento que algunos asimilan, no sin razón, a la caída del Muro de Berlín.
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