Durante casi todo julio, los 193 miembros de Naciones Unidas negociarán lo que esperan que sea el primer tratado para asegurar que el comercio mundial de armas no se desvíe para contribuir a los conflictos armados y a la violencia.
La bonanza económica que viven muchos países de América Latina viene originando, a despecho de lo que debiera ser, un instrumento para reducir la pobreza, un aumento significativo en la compra de armas.
Según el Instituto Stockholm International Peace Research Institute (Sipri), que sigue de cerca el tema, en el periodo 2007-2011 el volumen de las importaciones de armas a los países sudamericanos creció en 77 por ciento en comparación con el periodo 2002-2006.
De acuerdo con esta institución, Venezuela y Brasil son los ejemplos notorios de esta tendencia a armarse en la región.
El primero, pasó de ser el importador número 46 del mundo a la posición número 15 (lo que según Sipri es un aumento en sus importaciones del 555%), gracias en parte a acuerdos con Rusia.
Brasil, por un lado, es el principal exportador de la región, con aviones como los Super Tucano, producidos por Embraer para labores de contrainsurgencia.
Además llegóo a un acuerdo con Francia para convertirse en una de las siete naciones capaces de diseñar y operar submarinos nucleares.
El acuerdo, de US$14.000 millones en equipamiento militar, fue considerado el mayor gasto de este tipo en más de medio siglo para el gigante sudamericano.
“Ha sido una década relativamente dulce en términos financieros para Latinoamérica, lo que ha permitido que los gobiernos puedan darse el lujo de gastar en armamento”, dice Diego Fleitas, director de la Asociación para Políticas Públicas, una organización argentina que analiza las políticas de control de armas en la región.
Legal e ilegal
Estas transacciones, sin embargo, no explican por sí solas por qué América Latina sufre particularmente los efectos derivados del comercio de armas.
Estos casos son transferencias legales, mientras buena parte de la violencia se alimenta de las transferencias ilegales.
Pero las dos están intrínsecamente ligadas, como explicó hace algunos días a BBC Mundo el mexicano Héctor Guerra, uno de los coordinadores de la Red de Acción Internacional sobre las Armas Pequeñas (IANSA, por sus siglas en inglés).
“Hay un problema muy serio, y es cuando las transferencias lícitas caen en manos equivocadas”, dice.
De ahí que muchos consideren clave regular las transferencias lícitas como una manera de enfrentar los problemas del tráfico ilícito, como se discute actualmente en Nueva York.
En este caso, los países de América Latina apoyan un eventual tratado, aunque algunos países tienen sus reservas.
“La violencia armada, el crimen y la seguridad son los temas más importantes que tienen en la agenda los estados de la región”, sostiene Mélanie Régimbal, directora del Centro de Naciones Unidas para la Paz, el Desarme, y el Desarrollo en América Latina y el Caribe.
“Entonces es clave buscar soluciones que ayuden a estandarizar los procesos. Los Estados ven con buenos ojos el tratado como una herramienta para solucionar todos estos problemas que afronta la región”.
Cabe señalar que el negocio del armamentismo mueve al año alrededor de 70 millones de dólares.
Para algunos analistas, las ventas de armas mal reguladas fomentan los conflictos armados y la corrupción.
“Tenemos más armas en circulación que la mayoría de regiones y tenemos las más altas tasas de homicidios por armas de fuego”, dice Régimbal.
No obstante, los países de América Latina están lejos de los mayores importadores y exportadores de armas del mundo.
Brasil apenas se asoma como el exportador número 20 entre 2007 y 2011, según Sipri.
En el renglón de los compradores, Venezuela y Chile ocupan las posiciones 15 y 18.
En total, América recibió el 11% de las importaciones, muy lejos de Asia y Oceanía (44%), que lidera el listado y solo por encima de África (9%).
No hay comentarios:
Publicar un comentario