Don Francisco cumple 50 años al frente de ‘Sábado gigante’. Un programa de televisión que aglutina a los latinos, desde la Patagonia hasta Miami. Así es su creador, el chileno Mario Kreutzberger, hijo de judíos perseguidos por los nazis.
En 1962, la economía latinoamericana estaba sumergida en uno de sus habituales ciclos de crisis y comenzaban a germinar las protestas y movimientos revolucionarios que se extenderían pocos años después. Era época de gran vitalidad para el boom de la novela latinoamericana, que empezaba a obtener reconocimiento mundial. Había pobreza en la región, pero también energía renovadora y élites modernizadoras.
Ese mismo año nacía en Chile un programa de televisión de ambiciones sencillas pero que acabaría convirtiéndose en un fenómeno vertebrador de América Latina y de su extensión hacia Florida y la población hispana de EE UU. Pocas veces, un suceso televisivo, mucho menos uno concebido para satisfacer a los más humildes, ha merecido crédito como un factor de identidad y estímulo social. En ocasiones, en ciertos países, un programa determinado consigue formar parte de la memoria colectiva de una generación. Pero jamás se ha logrado un espectáculo que se herede de padres a hijos, durante medio siglo, desde la Patagonia hasta el norte de California. Solo Don Francisco, con su Sábado Gigante, ha sido capaz. Por eso se convirtió el año pasado en el primer latino en entrar en el Salón de la Fama de la televisión norteamericana, y el segundo, después de Desi Arnaz, la célebre pareja de Lucille Ball, que cuenta con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. El libro Guinness de los récords lo cita como el programa más longevo de la televisión mundial.
No se puede decir que Sábado Gigante tenga el mismo éxito en todos los países y entre todos los espectadores. Hay quienes critican el tono, a veces zafio, del programa y la simpleza de sus contenidos, que se reparten entre concursos sencillos, pequeños escándalos familiares y algunos chismorreos de famosos. Es un compendio de los contenidos que hoy dominan los reality shows en medio mundo, pero en una versión mucho más amable y apta para todos los públicos. Kreutzberger lo define como “un programa familiar”, y eso es lo que es, una oportunidad para que la familia latina, especialmente la que no tenía o no tiene recursos para entretenimientos más sofisticados, pase un buen rato el fin de semana.
Parte del misterio radica en que no hay nadie más alejado del prototipo de Don Francisco que el propio Mario Kreutzberger, en realidad un hombre introvertido, tímido, de compleja biografía y un perfil más cercano a un intelectual que a un showman.
Mario Luis Kreutzberger Blumenfeld nació el 28 de diciembre de 1940 en Santiago de Chile, adonde su familia había llegado desde Alemania huyendo de la persecución nazi. Su padre, Erick Kreutzberger, un boxeador sin fortuna que pudo salir adelante como tendero de ropa, fue detenido y encarcelado en un campo de concentración.
La madre, recuerda Kreutzberger, quiso volcar sobre su hijo su frustrada vocación artística. Le hizo aprender música y tocar varios instrumentos. Pero sus dotes en ese campo se revelaron pronto muy limitadas. El niño se mantuvo, no obstante, vinculado al espectáculo y llegó a hacer varias actuaciones como imitador y cómico para la comunidad judía de Santiago en el club Maccabi. Fue en ese momento, buscando un nombre más asequible para los chilenos que el impronunciable Kreutzberger, cuando apareció Don Francisco.
El padre no veía un gran futuro en las tablas y convenció al muchacho para que se fuera, a los 16 años, a estudiar contabilidad y corte y confección a un instituto tecnológico de Nueva York. Eso hizo. Se alojó en el hotel Stanford, que todavía existe, en la calle 32 con la avenida de Broadway. “Cuando yo entré en la habitación y vi una radio exactamente igual que la Grundig que teníamos en casa, con la diferencia de que en lugar de tener una tela por delante tenía un cristal, y cuando yo la encendí y comprobé que se podía oír y ver a la vez, pensé: mi padre me ha enviado a estudiar algo que es el ayer. Fue como si a un tipo que tiene un ábaco le dan una computadora”.
A partir de ese descubrimiento olvidó los estudios, aprendió inglés, vio televisión de forma obsesiva, leyó sobre televisión, se aprendió los programas, retuvo en la cabeza los movimientos de los personajes que aparecían y, de la noche la mañana, el aprendiz de sastre, cantante frustrado, humorista de salón, se transformó en un animal televisivo.
Cuando regresó a Chile ya no tenía más meta que la de trabajar en televisión, cosa que no podía resultar muy difícil en ese tiempo para un muchacho que contaba con la ventaja de su experiencia en Nueva York. “Chile entonces era una aldea”. El canal de la Universidad Católica, para el que trabajó en un principio, tenía 20.000 espectadores, y era el de mayor audiencia. Cuando, años más tarde, empezó Sábado Gigante, que es como se llamaba en su primera etapa, provocó una revolución en el medio y se convirtió rápidamente en la actividad obligatoria de los chilenos durante el fin de semana.
En Miami descubrió el poder del idioma español, que le permite unir a públicos de 13 países en un espectáculo de interés común. Y desde la gran torre de observación que es EE UU descubrió también el alcance de su propio poder. No tiene afán de hacer gran cosa con ese poder. Ha ganado mucho dinero, pero no se comporta como un millonario. Su matrimonio con Temy Muchnick cumple tantos años como su programa. Tiene tres hijos y nueve nietos. Y se considera un empleado más de Univisión que algunos días comparte con sus compañeros mesa en la cafetería de la empresa. Es famoso, desde luego, muy famoso, y eso le ha hecho pagar algún precio. En un par de ocasiones ha tenido que defenderse de una reclamación de paternidad y una demanda de acoso sexual. En ambas, los jueces le dieron la razón.
Para despegarse de Don Francisco, Mario Kreutzberger tiene que someterse tras cada grabación a una exigente reprogramación a base de sueño, ejercicio y familia. La duda es si Mario Kreutzberger podrá sobrevivir a Don Francisco. Solo el tiempo lo dirá.
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