Francisco
Bobadilla Rodríguez (*)
Las noticias en los medios de
comunicación nos pueden dar la impresión de que estamos en la cueva de Ali
Babá, rodeados de más de cuarenta ladrones. Basta con mirar de manera rápida
los principales medios de comunicación para darnos cuenta de esos males. Así
tenemos, el problema de la inseguridad ciudadana es notorio. Si aplicamos,
asimismo, el test de honradez a los políticos, bastantes de ellos no pasarían
la valla mínima. Agendas sustraídas, sombras de sospechas, indicios de
corrupción, contracción de la economía, desconfianza por doquier.
Estas amenazas y
otras son una realidad, pero no son la última palabra ni deberían marcar la
agenda del futuro del país. Para no irnos demasiado lejos, basta pensar en el
Perú que deseamos encontrar en el 2021, año que cumplimos el bicentenario. Un
tramo corto, cuyo recorrido empieza ahora. Jorge Basadre –en felices
expresiones– hablaba del Perú como problema y posibilidad. Tenemos en nuestras
manos grandes oportunidades para convertir la promesa de la vida peruana en realidades
ciertas que nos permitan el bienestar y la vida buena que lo haga sostenible.
El político
mañoso, manipulador, calculador, ambicioso de poder conseguirá llenar su cueva
de tesoros mal habidos. Existe, desde luego, pero es de esperar que el buen
juicio nos acompañe en estas lides electorales que se avecinan y podamos elegir
a aquellos que sintonicen mejor con las aspiraciones de las familias peruanas.
Hemos sido siempre un país abierto al mundo. Podemos aprender de los países
vecinos y de los lejanos. Pero es, igualmente cierto, que en el seno de la
sociedad peruana se atesoran riquezas culturales, tradiciones, visiones
arraigadas en el respeto de la persona. Son siglos de historia que han
acrisolado nuestra identidad. A la vieja Europa y al gran país del Norte no les
vendría mal echarnos una mirada.
Necesitamos
políticos capaces de captar la nueva sensibilidad que anida en los corazones y
en los sueños de la mujer y el hombre de a pie. Políticos que lleven al
Parlamento la agenda de los ciudadanos reales, de las grandes mayorías que
madrugan para buscar el bienestar de sus familias. Políticos que no pretendan
meternos de contrabando su agenda ideologizada, desconociendo lo que somos. No
hace falta más Estado, hace falta más sociedad, más emprendedores y
emprendimientos. De ahí que, entrelazar Estado y sociedad, quizá sea de los
retos más grandes que nos presenta el futuro inmediato.
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