Escribe: Sigifredo Burneo Sánchez
(*)
Los políticos peruanos
contemporáneos mantienen el discurso cotidiano sobre el valor de la educación
como factor fundamental del desarrollo; y no les falta razón. El asunto que
debe esclarecerse es el relacionado con qué tipo de educación queremos avanzar.
En la Edad Antigua no existía
la educación formal, con un sistema orgánico que comprendiera docentes,
alumnos, principios pedagógicos, estrategias educativas ni formas de evaluación.
La Edad Media creó las escuelas
conventuales y comenzó diseñar modelos educativos apropiados para su modelo
social. La Edad Renacentista se caracterizó por el fomento de una educación
neoclásica, basada en conocimientos y en artes. La Edad Moderna aportó un
pensamiento innovador al pretender que la educación debía ser formativa en la
dirección del ejercicio de oficios específicos.
La Edad Postmoderna nos ofrece
una nueva perspectiva: educar es formar profesionales y ciudadanos.
Definir profesionales y ciudadanos
es una obligación: profesionales como personas con habilidades de inteligencia
apropiadas para el ejercicio de actividades donde la calidad y la perfección
sean sus características; y ciudadanos como personas que han adquirido
conocimientos y capacidad crítica para enjuiciar objetivamente su entorno.
Desde tal perspectiva, los conceptos de profesional y ciudadano se funden en un
ideal formativo que proyecta sus benéficos resultados sobre el mejoramiento de
la vida social.
El punto crucial se encuentra
en que la sociedad peruana ocupa un puesto muy lamentable en comprensión
lectora, según la prueba PISA de los últimos años, lo que ha obligado a los
aspirantes a la presidencia de la república a tomar lecciones de canto y baile
para encandilar a un público que saben carece de formación política apropiada.
De no cambiar esta realidad, en
algunos años veremos a la clase política peruana caminando sobre una cuerda
elevada o contando chistes en las plazas públicas.
A estos candidatos a presidente
o a congresista, salvo honrosas excepciones, no les conviene garantizar una
verdadera educación que abra la inteligencia hacia creaciones críticas, porque
cosecharían su propia destrucción; ya que sus discursos serían fácilmente
decodificados por los ciudadanos como estratagemas electorales, planteados solo
para ganar votos, y no para otra cosa.
La panacea educativa es un
señuelo, no una promesa real.
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(*)
Profesor principal de la UNP.
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