Escribe: Carlos Rosales Purizaca
(*)
En una época marcada por muchos
cambios tecnológicos, la irrupción de la cultura digital también tiene efectos
en nuestra vida personal y social, haciendo cada vez más invisible el límite entre
lo público y privado.
Los selfies son herramientas
visuales que ayudan a expresar nuestra identidad a través de un autorretrato.
Pero cuando hacemos del selfie un espectáculo, perdemos libertad, nos volvemos
dependientes de una pantalla que exalta nuestro yo y desplaza al otro a ocupar
un espacio sin relevancia.
La excesiva búsqueda de
aprobación nos sitúa en una butaca desde donde vemos la proyección de escenas
que hasta hace años quedaban relegadas solo al ámbito de la privacidad. En el
selfie, nuestro yo está en un estado de permanente exposición. A veces vivimos
tan ensimismados en nuestros selfies que nos quedamos sin privacidad, porque ya
no hay nada más que mostrar.
Los selfies se erigen como la
extensión de los talk show, pero a nivel individual. Si bien no estoy de
acuerdo con aquellos que señalan que el selfie es una rendija por donde se
filtra el narcisismo, sí creo que el uso desmedido de dispositivos móviles nos
relega a una soledad tecnológica, donde lo virtual desplaza al diálogo cotidiano.
Hay en nuestra sociedad una
desmesurada sed por mostrarse a través de selfies, likes y retuits. Hemos
perdido la capacidad para intercambiar experiencias en el mundo offline.
Según la psicóloga y socióloga
Sherry Turkle, en su libro Reclaiming conversation, los smartphones (De acuerdo
con el último estudio de IMS y Comscore e IMS Mobile in LATAM, el 22% de los
usuarios de dispositivos móviles en Latinoamérica pasa más de 20 horas por
semana navegando en Internet a través del Smartphone) están degradando la
calidad de las relaciones humanas porque vivimos distraídos en nuestro mundo
virtual. Pese a ello, afirma que podemos ganar el control de la tecnología y no
dejarnos dominar por nuestras pantallas táctiles.
Nuestra sociedad del selfie
hace prevalecer la aparición pública hasta tal punto que si no estás conectado,
simplemente no existes. Por el contrario, estar desconectado también tiene sus
ventajas.
Ha llegado el momento de
reflexionar si nos hace bien de vez en cuando desconectarnos del mundo
tecnológico. Después de todo, esos momentos de desconexión nos pueden servir
como puente para que nos conozcamos mejor como sociedad, a través de la
conversación directa sin intermediarios cibernéticos.
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(*) Colaborador.
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