El sábado 23 de junio se cumplió 100 años del nacimiento de Alan Turing, el matemático, criptógrafo y pionero de la computación. Para muchos, sus ideas originales son una fuente de inspiración para avanzar en el campo de la inteligencia artificial. Otros, en cambio, dudan de la utilidad de sus postulados para determinar si una máquina es un ente pensante.
Noel Sharkey, profesor de Inteligencia Artificial y Robótica de la Universidad de Sheffield, en el Reino Unido, reflexiona sobre la influencia de su legado.
Claramente, Alan Turing fue un hombre que se adelantó a su época. En 1950, en los inicios de la computación, él ya estaba lidiando con uno de los grandes dilemas del área de la informática: ¿pueden pensar las máquinas?
Turing se planteaba esta pregunta en momentos en que recién se estaban desarrollando las primeras computadoras y el término inteligencia artificial (IA) aún no había sido acuñado. Éste fue inventado por el científico estadounidense John McCarthy en 1956, dos años después de la muerte de Turing.
Sin embargo, sus ideas demostraron tener una influencia profunda en el nuevo campo de la inteligencia artificial y crearon una división entre sus especialistas.
Máquinas que piensan
Uno de sus legados más perdurables -aunque no necesariamente bueno- es su aproximación al problema de las máquinas pensantes.
Dada la escasa información disponible en ese momento sobre el futuro de la computación, esta manera de enfrentar el problema tenía sentido. Él afirmaba -correctamente- que “las conjeturas son muy importantes porque nos muestran líneas útiles de investigación”.
Turing tenía plena conciencia de la necesidad de hallar evidencia empírica, por eso propuso lo que ahora se conoce como el Test de Turing para determinar si una máquina es capaz de pensar.
La prueba es una adaptación de una competencia típica de la era victoriana llamada “juego de la imitación”, que consiste en separar en una sala a un hombre y a una mujer y en otra a un interrogador. Este último tiene que adivinar quién es hombre y quién es mujer, haciéndoles una serie de preguntas que ellos responden por escrito.
El hombre debe tratar de engañar al interrogador, mientras que el objetivo de la mujer es ayudarlo.
En el Test de Turing el hombre es reemplazado por una computadora.
La idea es que si la persona que hace las preguntas no puede diferenciar entre el ser humano y la máquina, ésta debe ser considerada un ente pensante.
¿Problema insuperable?
Turing creía que para el año 2000 el interrogador promedio tendría menos de un 70% de posibilidades de acertar, después de un interrogatorio de cinco minutos.
En 1990, el neoyorquino Hugh Loebner estableció una competencia con un premio de US$100.000 para quien pudiese crear una máquina que pudiera pasar la prueba de Turing.
Muchos expertos en IA apoyaron esta iniciativa, hasta que se hizo evidente lo malo que era el desempeño de las máquinas.
Veintidós años después, ninguna máquina ha ganado y ni siquiera ha estado cerca de hacerlo.
Sin embargo, nadie en el mundo de la IA interpreta el fracaso para superar el Test de Turing como un argumento en contra de la posibilidad de crear una máquina que piense.
Como Turing siempre se refirió a este tipo de máquina en un tiempo futuro, muchos creen que se podrá hacer pero más adelante. Pero otros consideran simplemente que el test del científico no es la herramienta más adecuada para medir la capacidad de razonamiento de una máquina.
Si estuviera vivo
Aunque las computadoras aún no han logrado engañarnos y hacernos creer que son seres humanos, Turing seguramente se sentiría emocionado por los grandes avances que se han logrado en el campo de la inteligencia artificial.
La IA está floreciendo en muchas áreas: hay desde robots investigando el progreso del cambio climático hasta computadoras que controlan el mundo de las finanzas.
Me imagino que Turing hubiese saltado de alegría cuando la supercomputadora Deep Blue le ganó un partido al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov en 1997.
También me lo puedo imaginar festejando cuando el programa Watson le ganó a los dos mejores participantes humanos del programa de televisión Jeorpardy.
Es difícil pensar cómo cualquiera de estos logros podría haber sido posible sin las ideas originales y radicales del científico británico.
En mi opinión, el Test de Turing continúa siendo una fórmula adecuada para medir el progreso de la IA y creo que los seres humanos continuarán debatiendo sobre su validez por muchos años.
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