África fue sinónimo durante décadas de hambrunas, guerra, genocidio, corrupción y extrema pobreza; un continente que por años estuvo abandonado pero que hoy parece haber encontrado una salida hacia su desarrollo.
Según la consultora McKinsey el Producto Interno Bruto (PIB) de África ha crecido el doble que en los 80 y 90. Según la revista especializada británicaThe Economist, seis de los países con más crecimiento del mundo en los últimos 10 años fueron africanos.
Mientras en el mundo desarrollado luchan con la austeridad y el estancamiento, en África hay un creciente optimisma de la mano de una bonanza energética.
Ghana, Tanzania, Monzambique, Etiopía, Uganda, Kenia, Sierra Leona y Somalia se encuentran entre los países tocados por la varita mágica del petróleo y el gas que bendijo antes a Nigeria y Angola.
En un continente con mil millones de personas este crecimiento contiene inevitables disparidades nacionales y regionales.
Ejemplos del boom africano son tanto la segunda economía del este del continente, Tanzania, que se expandirá un 7% este año y el próximo, como dos de las naciones más pobres y atribuladas, Sierra Leona (14%) y Ghana (7,8%).
Sin embargo, el subdirector de la revista especializada África Confidential, Andrew Weir, alerta que no es la primera vez que se vive este optimismo.
El lado oscuro de China
China es la nueva estrella en el firmamento de las superpotencias interesadas en el continente.
El comercio chino-africano creció de US$6.000 millones en 1999 a US$90.000 millones en 2009 y sigue aumentando con una balanza comercial equilibrada. La inversión se ha multiplicado aprovechando la riqueza minera y energética africana.
El año pasado China celebró una cumbre con 50 jefes de estado de África en la que prometió créditos por US$20.000 millones para la inversión en estructura y “desarrollo sostenible”.
Pero la historia del continente está saturada de falsos comienzos, de crecimiento de la mano de la inversión extranjera y la relación selecta con alguna superpotencia.
La maldición del petróleo
El ejemplo de Nigeria es el que mejor ilustra las oportunidades y peligros de la actual etapa.
Máximo productor petrolero de África, Nigeria tuvo lo que muchos llaman la “maldición del oro negro” o “enfermedad holandesa”.
En estas dos “sintomatologías” el boompetrolero termina siendo una maldición que genera una dinámica de corrupción, despilfarro y pobreza.
En la última década se calcula que unos US$29.000 millones se perdieron en Nigeria en un oscuro laberinto de bolsillos oficiales y prebendas de las multinacionales.
La encrucijada
Existen algunas señales de que la historia no ha pasado en vano. Ghana, Mozambique y Tanzania han creado fondos especiales autónomos para administrar la riqueza energética y utilizarla para el desarrollo económico y social.
Uno de los modelos que están siguiendo es el de Noruega, un país que convirtió la riqueza petrolera en una fuente de desarrollo a través de la creación de un Fondo Soberano.
En ese sentido muchos países africanos se encuentran ante una nueva encrucijada marcada por una disyuntiva de hierro: repetición del fracaso o salto adelante, Nigeria o Noruega.
Del camino que se adopte dependerá que África vuelva a ser la de las guerras y hambrunas o se convierta en un polo de crecimiento económico mundial. (ELPAIS)
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