La música paró para escuchar el resultado y bastó que sonara el nombre del presidente encargado de Venezuela, Nicolás Maduro, para que estallara la alegría en los alrededores del Palacio de Miraflores.
Pero Tibisay Lucena, la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE), les tenía una sorpresa a los alegres chavistas: la diferencia con el candidato opositor Henrique Capriles en las elecciones presidenciales del domingo fue de solo 1,59 puntos porcentuales, o lo que es lo mismo: 235.000 votos, 7,5 millones a 7,2 millones.
Y Capriles les tenía otra, que no fue tan sorpresa por el tono de sus intervenciones en las redes sociales durante la tarde: no piensa reconocer el resultado hasta que se revise cada voto.
Así, la polarización de Venezuela, hasta ahora contenida por el enorme carisma y tirón electoral de Hugo Chávez parece haber pasado a una nueva era. Se acabó la del “superpresidente” que todo lo puede.
Ahora Venezuela aparece dividida casi en dos mitades que, en casos extremos, no reconocen ni siquiera la legitimidad de la existencia de la otra.
Mientras tanto
“El derrotado el día de hoy es el gobierno y lo digo con toda firmeza. No vamos a reconocer el resultado hasta tanto no se cuente cada voto de los venezolanos. Uno por uno”, dijo Capriles.
El candidato opositor se quejó de numerosos sufragios afectados por “incidencias”. “Estamos hablando de alrededor de 300.000 votos afectados (...) De acuerdo a nuestro conteo, el resultado es distinto”, agregó.
Miraflores
En los alrededores del Palacio de Miraflores, con una afluencia sensiblemente inferior a la concurrencia que reunió Hugo Chávez en octubre pasado, celebraban como si hubieran ganado por 20 puntos.
Allí, Elías, brasileño “admirador del socialismo” que llegó de Río Grande del Sur para conocer el proceso revolucionario venezolano, tenía claro por qué había ganado Maduro: “Pregúntales a los pobres y ellos te responderán”.
“Es el hijo de Chávez y aunque Chávez partió físicamente, él era pueblo y dejó su legado. Maduro es ahora el pueblo”, dijo.
Ruta complicada
Antes de conocerse el resultado del domingo 14, parecía que el gran reto que iba a tener Maduro eran las dificultades económicas que pasará el país si se cumplen las previsiones de los más pesimistas.
Se encontrará con unas cuentas públicas sometidas a una enorme presión -hasta tal punto que recientemente tuvieron que devaluar la moneda-, con problemas de altísima inflación, desabastecimiento e interrupciones crónicas de servicios básicos como la electricidad.
A ello hay que agregar sus ofrecimientos de campaña. Por ejemplo, Maduro se comprometió a enfrentar la inseguridad, impulsar la producción y a tres subidas salariales que terminarán con un alza del 45% en el salario mínimo hasta los US$325.
Pero quien se presentó como el garante de la continuidad de las políticas sociales emprendidas por Hugo Chávez, esas que han servido para reducir los índices de pobreza y desigualdad, probablemente no tendrá mucho margen para emprender ajustes.
Menos aún cuando el crédito obtenido en las urnas fue tan ajustado. Eso, junto a la comparación constante con Chávez, puede llevar a pensar que el autobús que le ha tocado conducir a Maduro, el del chavismo sin Chávez, se dispone a atravesar una carretera llena de baches. (BBC MUNDO)
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