Pro inversión acaba de anunciar que adjudicó la buena pro a varias empresas para construir hidroeléctricas en la región amazónica del país. Una de ellas, es la de Huánuco donde la brasileña Odebrecht invertirá 1,200 millones de dólares en la construcción de la Central Hidroeléctrica de Chaglla.
En declaraciones a la revista electrónica Biznews.pe, el coordinador del Grupo de Trabajo sobre Infraestructura de Iniciativa para la Conservación en la Amazonía Andina (ICAA), Castro Sánchez-Moreno dijo que deben analizarse las condiciones en que las empresas brasileñas ejecutarán estos proyectos. “La integración con Brasil es necesaria y conveniente para el Perú, la cuestión es en qué condiciones, de manera que sean beneficiosas y equitativas para el país se están dando”, se preguntó el ecologista.
Una interrogante que salta a la vista para el ciudadano de a pie, pero sobre todo para el poblador de esta inmensa región, es que si estos proyectos energéticos responden a una necesidad peruana o a una brasileña.
La idea de que la energía hidráulica es la más limpia y sostenible de todas las formas convencionales de producción de energía, eso, sencillamente, no es verdad.
“Las hidroeléctricas —en especial, aquellas de cierre o embalse, en las que se represa una gran cantidad de aguas río arriba de las turbinas— tienen un impacto enorme sobre los ríos en que se asientan, las tierras circundantes, las poblaciones desplazadas, y contribuyen, incluso, con el cambio climático global”, sostiene el ingeniero José Regalado.
Empecemos por la inundación de tierras y el desplazamiento de poblaciones. De acuerdo con la Comisión Mundial de Presas, entre 40 y 80 millones de personas han sido desplazadas en todo el mundo para dar espacio a las represas. En Brasil ya se ha formado un movimiento social de desplazados por las grandes represas. En el caso del Perú, todavía no se ha calculado cuántas personas serían desplazadas por las 15 represas que el gobierno tiene en su portafolio de proyectos en la selva, pero el estimado preliminar de área inundable para todas en conjunto es de más de 390 mil hectáreas. Sólo en la represa de Paquitzapango, se estima que se inundarían tierras de 18 comunidades asháninka y 33 asentamientos humanos.
Pero mientras que el impacto del área inundada es focalizado, el impacto sobre la ecología del río se puede sentir hasta su desembocadura. Las represas estabilizan artificialmente los ríos y alteran drásticamente sus ritmos estacionales, los mismos que han orquestado los procesos naturales y ciclos vitales de los ecosistemas acuáticos y terrestres adyacentes por milenios.
Regalado refiere que los ecosistemas megadiversos de la Amazonía, tales impactos se multiplicarán. “Estos cambios en la ecología de los ríos pueden tener impactos significativos en la supervivencia de las poblaciones ribereñas, cientos y hasta miles de kilómetros río abajo, en particular, aquellas que dependen de las llanuras de inundación naturales y de la pesca —como sucede en la selva baja peruana”, menciona.
Para el amazónico Róger Rumrrill la energía que proveen las represas ni siquiera es limpia desde el punto de vista del calentamiento global. “Las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) representan un impacto adicional significativo de muchas represas, especialmente en los trópicos», sostiene Philip Fearnside, el segundo científico más citado en la literatura sobre cambio climático. “En 2002 publiqué un estudio mostrando que, en 1990, la represa Tucuruí, en la Amazonía brasileña, que por entonces tenía seis años de vida, emitía más GEI que la ciudad de Sao Paulo”.
Para Castro Sánchez, hay otras opciones más importantes antes de afectar la Amazonía. Refirió que Inambari, “con un nivel de inversión que afectará a partir de la construcción de la represa cerca de 35 mil hectáreas de bosques, buena parte primario, causando gases de efecto invernadero por el metano producido por la inundación del bosque, con una serie de riesgos y problemas sociales relacionados al desplazamiento de gente, afectará la infraestructura porque se inundará 100 kilómetros de carretera. Es decir, los daños y riesgos son para el Perú y los beneficios fundamentalmente para Brasil”.
“Existen otras fuentes de energía en otros lugares. Se tienen identificados alrededor de 50 mil megawats de potencial, sin afectar la Amazonía, para efectos de atender las necesidades energéticas peruanas. Eso incluye hidroeléctricas en la zona de los Andes occidentales, eólica, solar, varias veces, más la demanda energética peruana. La prioridad debería estar por ahí, eso sin incluir gas. Es lo que debería promoverse y desarrollar”, sostiene.
El especialista habló sobre el compromiso peruano de proveer de hasta 6 mil megawatts, “con un margen de tolerancia de 20%, es decir hasta 7,200 megawatts” a Brasil. “Si el complejo del Mantaro no llega a los mil megawatts, hablamos de siete veces el Mantaro, en la Amazonía peruana, para atender necesidades energéticas brasileñas. ¿Dónde están los beneficios?
En el Perú, Martín Arana ha estimado, en forma preliminar, que sólo la hidroeléctrica de Inambari, con su embalse proyectado de 40 mil hectáreas, incrementaría la emisión nacional de gases de efecto invernadero en 5.86%. Es fácil imaginarse el impacto total de las 15 represas previstas en la selva, de las cuales en sólo tres no se tiene prevista la construcción de un embalse.
¿Tiene sentido, entonces, que el Perú se embarque en la construcción de todo un paquete de represas en selva alta sin siquiera haber tenido un debate público al respecto? ¿Más aún cuando la demanda insatisfecha previsible hasta el 2018 podría ser satisfecha con una sola de todas esas represas, para no hablar de otras formas de energía? ¿Y todo para satisfacer las necesidades energéticas de Brasil? Una vez más, la pregunta clave en todo este esfuerzo por “desarrollar” al país es: ¿a quién se quiere beneficiar?
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