Es profundamente lamentable que en América Latina hayamos perdido más de 50 años elaborando diagnósticos equivocados de la problemática rural y diciendo a los agricultores que los siguientes factores exógenos fueron o siguen siendo las principales causas de sus problemas: El colonialismo y el imperialismo; las políticas de ajuste “impuestas” por el FMI y el Banco Mundial; el neoliberalismo y la globalización.
Asimismo la falta de políticas, de garantías de comercialización, de créditos abundantes y baratos, de refinanciación y condonación de deudas; la falta de subsidios internos y medidas de protección contra la importación de productos agrícolas; el valor del dólar y el precio de los peajes; y los subsidios y protecciones que los países ricos ofrecen a sus agricultores.
Para el funcionario de la FAO, Ing. Polan Lacki, estos planteamientos contienen algunas verdades y es muy redituable en términos electorales. Sin embargo dice, que el problema real de nuestros agricultores va más allá de ese análisis.
En cada hectárea de tierra los agricultores latinoamericanos producen en promedio 3,189Kg de arroz; 7,12Kg de fríjol; 3,288Kg de maíz; 13,561Kg de papas; 2,090Kg de trigo. De acuerdo con Lacki no busquemos “chivos expiatorios”, estos bajos rendimientos son consecuencia de errores primarios, fácilmente corregibles, como por ejemplo: utilizar semillas genéticamente erosionadas o contaminadas con patógenos, no hacer teste de germinación, no inocular las semillas de leguminosas, no regular adecuadamente la sembradora, no hacer análisis de suelo, no adoptar la rotación y la diversificación de cultivos, no eliminar las malezas antes que ellas dañen el cultivo, no evitar pérdidas antes y durante la cosecha, etc.
Si la situación de la agricultura en gran parte de nuestros países latinoamericanos ya es crítica, lo mismo sucede en la ganadería donde los productores obtienen, en promedio, menos de 1200 litros de leche por vaca y por año; la primera preñez ocurre a los 33 meses de vida, pudiendo ocurrir antes de los 19 meses; el intervalo entre pariciones es de 22 meses, pudiendo ser de 13 meses; la extracción o saca es de 19%, el rendimiento es de solo 60 kilos de carne por hectárea y por año y los novillos llegan al peso de abate a los 50 meses de edad pudiendo hacerlo antes de los 25. Similar al caso de la agricultura, estos indicadores zootécnicos son el reflejo de la no adopción de prácticas también elementales, como por ejemplo: falta de cuidados en el parto incluso protección contra las intemperies, no desinfección del ombligo, no suministro del calostro en las primeras horas de vida, no adopción de medidas de prevención contra enfermedades y parásitos, falta de higiene en las instalaciones y en el ordeño, etc.
Según el exfuncionario de la FAO, al contrario de lo que suele afirmarse, estos errores se deben al hecho concreto de que la mayoría de los productores-no por su culpa, evidentemente-no poseen los conocimientos, elementales, que son necesarios para evitarlos o corregirlos.
Señala que muchos agricultores aún practican el mono o “bicultivo” y consecuentemente obtienen ingresos solo una o dos veces al año. Es por esta razón, y no por falta de decisiones políticas, que se vuelven tan dependientes del crédito rural; si diversificasen la producción agrícola y la integrasen a la producción pecuaria también diversificada, podrían generar alimentos “balanceados” para la familia y para los animales, además de ingresos durante los 365 días del año.
Para Polan Lacki soluciones pragmáticas, similares a la diversificación productiva, deberían ser enfatizadas en las escuelas agrotécnicas y facultades de ciencias agrarias; en vez de esperar que otros resuelvan sus problemas.
Falta capacitación
La mayoría de los productores rurales sobredimensionan y mantienen en la ociosidad importantes inversiones en tierra, maquinaria e instalaciones que producen con bajos rendimientos y permanecen subutilizadas, durante gran parte del tiempo. Si los productores formasen grupos para ejecutar y utilizar en conjunto algunas inversiones (aquellas que son de alto costo y que son utilizadas con baja frecuencia) podrían reducir esta distorsión que incrementa, innecesariamente, sus costos fijos. Con los ahorros obtenidos podrían adquirir los insumos que necesitan para aumentar los rendimientos y reducir los costos por kilo producido. Idéntico problema ocurre con los animales; los ganaderos suelen poseer una excesiva cantidad de animales mal alimentados, en vez de tenerlos en menor cantidad, pero bien alimentados y consecuentemente más productivos. De acuerdo con Lacki, estas sub utilizaciones y ociosidades no ocurren por falta de decisiones políticas o por culpa del colonialismo o del neoliberalismo, sino porque los agricultores no han sido formados ni capacitados para practicar el “asociativismo”, intensificar la producción y mejorar la administración predial. Otra vez, la causa del problema y su solución no están en el Ministerio de Economía, sino en el sistema educativo rural, formal y no formal.
Los productores rurales más pobres suelen producir rubros de baja densidad económica que coincidentemente son consumidos por los habitantes urbanos de bajos ingresos, como por ejemplo: yuca, camote, papas, zapallo, maíz, arroz, fríjol, etc. Produciendo estos “rubros consumidos por los pobres”, aunque los productores fuesen eficientes y obtuviesen altos rendimientos por hectárea tendrían ingresos muy limitados pues estos cultivos, para proporcionar una mejor ganancia, necesitan de una gran escala de producción, ventaja que los pequeños no poseen. Consecuentemente, a decir ingeniero Polan Lacki, es necesario capacitarlos para que produzcan rubros diferenciados, más sofisticados y de mayor densidad económica, como por ejemplo: cultivos orgánicos o hidropónicos, hortalizas bajo plástico para producirlas fuera de estación, frutas, flores y plantas ornamentales, y otras hortalizas más sofisticadas, plantones, animales menores, miel, peces, gallinas y huevos criollos, plantas aromáticas y medicinales, etc. “La corrección de esta ineficiencia deberá ser enseñada por los agrónomos y zootecnistas directamente en la fincas, en vez de seguir pidiendo que los economistas del Banco Mundial o del FMI lo resuelvan”, refiere.
La necesidad del asociativismo
Tanto en la adquisición de los insumos como en la venta de sus excedentes, los agricultores actúan en forma individual. Esto debido a la falta de espíritu y ejercicio asociativo, y no tanto por culpa de la globalización ni del FMI, sino por procedimientos totalmente contrarios a sus propios intereses, como por ejemplo: en la compra de los insumos los adquieren al por menor, con alto valor agregado y del último eslabón de la cadena de intermediación; pero en la comercialización de sus excedentes, dan un giro de 180 grados y hacen exactamente lo contrario, pues los venden al por mayor, sin valor agregado, al primer eslabón de la cadena. El espíritu cooperativo, la solidaridad y la práctica del asociativismo – necesarios para que los propios agricultores puedan revertir esta doble distorsión – hay que enseñárselos a los niños en las escuelas fundamentales rurales; en vez de seguir echándole la culpa a los países ricos que subsidian y protegen a sus agricultores. “Seamos realistas y objetivos, los innecesariamente altos precios de los insumos y los innecesariamente bajos precios de las cosechas se deben, en gran parte, a la excesiva intermediación; y esta, a su vez, se debe al hecho de que los agricultores no han sido formados ni capacitados para organizarse con propósitos empresariales”, sostiene el exfuncionario de la FAO.
Los problemas, las causas y las soluciones de los agricultores están, principalmente, en las propias fincas, en las comunidades rurales, en los tres niveles de la educación agrícola formal y en los servicios de extensión rural. Si el sistema educativo rural proporcionase a las familias rurales, tan solamente, las competencias (conocimientos, habilidades y actitudes) que necesitan para corregir apenas las deficiencias de este sector se reducirían los costos por kilo producido, mejorarían la calidad y agregarían valor a sus cosechas, incrementarían los precios de venta de sus excedentes, se autoabastecerían de alimentos, para la familia y para los animales, y asegurarían ingresos durante los 365 días del año.
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