La ciencia les daba poco tiempo de vida, a pesar de ello escucharon el llamado de Dios y se entregaron a él. Hoy están curadas para contarlo. La medicina a pesar de sus avances no encuentra explicación alguna
Si algo en común tienen Judith, Carmen e Inés es que las tres fueron desahuciadas por los médicos. El cáncer las iba a consumir de a pocos sin que ellas pudieran hacer nada para impedirlo. Cuando todo estaba perdido y solo quedaba prepararse para la muerte, ellas conocieron a Cristo. Entonces, una luz de esperanza renació en sus vidas. Hoy, ya repuestas de esta terrible enfermedad cuentan que lo que los salvó de morir fue su fe. ¿Milagro o equivocación de la ciencia? He aquí sus historias.
“Me dieron seis mese de vida”
“Recuerdo claramente una tarde de octubre cuando de forma directa y sin ningún tipo de reparo una doctora me dijo que tenía cáncer y que no me daba más de seis meses de vida. Al escuchar esa noticia salí despavorida del consultorio. Mientras caminaba por la calle pensé por qué a mí si nunca había hecho mal a nadie. En un principio decidí ocultar a mi familia esta trágica enfermedad pero los sangrados en el útero y los intensos dolores que me impedían caminar me hicieron confesarles lo que me estaba sucediendo”. Así con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, Carmen La Rosa Peña (58) narra de forma fehaciente lo vivido en los pasillos del Policlínico Grau.
La Rosa cuenta que un principio pensó en suicidarse, pero el no saber a quién dejar a sus hijos le hizo desistir de esa locura.
No fue hasta algunas semanas después de esa trágica noticia, que Carmen estando en su lecho de dolor observó en la televisión el testimonio de una persona que era el calco de su historia, por lo que se vio identificada y no dudó en ir al día siguiente para ver si podía ser curada.
Con la esperanza de encontrar una salida a su enfermedad, Carmen en compañía de uno de sus familiares fue a la Iglesia de la Comunidad Cristiana del Espíritu Santo. Allí, como ella misma cuenta, al sentir la mano del pastor sobre su cabeza sintió una extraña sensación. “No cabe duda que esa sensación era Dios que operaba en mi. Así que decidí entregarme a él. Seis meses después milagrosamente deje de sentir esos fuertes dolores. La médico que me trató no podía creer lo que los análisis decía: Ya no tenía cáncer.”, narra esta mujer que hoy ha aprendido el valor que tiene la vida.
“Ya no quería seguir viviendo”
El caso de Judith Rivas (46), madre de dos hijas es quizá uno de los más sorprendentes. A ella le detectaron cáncer al pulmón en fase cuatro, o sea terminal. Su vida pendía de un hilo y solo un azar podría salvarle la vida. Los médicos no encontraban la manera de poder decirle la verdad sin tener que ser hiriente. Pasaban los días hasta que de manera fortuita logró escuchar una conversación entre su esposo y el médico donde le explicaba la gravedad de su enfermedad. “Escuché claramente decir que ya no había mucho que hacer, que la enfermedad había avanzado de forma acelerada y que lo único que quedaba era someterme a las quimioterapias. Eso sí, la esperanza de vida era solo del 10%, nada más. En ese momento sentí un desvanecimiento total, se me vino a la cabeza la imagen de mis hijas por las que tanto había luchado y que ya no las iba a poder ver crecer, fue una experiencia traumática que no se le deseo a nadie”, dice.
Ese día horas después de haberse enterado de su enfermedad, Judith asustada por lo ocurrido se negaba rotundamente a someterse a algún tipo de tratamiento médico que aplace sus días de vida con temor a que este agrave su estado. Muy por el contrario pidió que la llevasen a su casa para poder cuidar de sus hijas. Los días pasaban y el dolor se hacia aún mas agudo, hasta que un día tuvo un presentimiento que le salvaría la vida. “En esas fechas no quería saber de nada, no tenía hambre, no podía respirar con normalidad, había perdido como 15 kilos. Sin embargo, un viernes por la noche sentí una extraña sensación, una especie de un llamado que me hacia Dios, por lo que prendí el televisor cosa que no hacia usualmente. En esos momentos estaban pasando un programa de la Comunidad del Espíritu Santo, en la que un pastor narraba una historia de vida que se asemejaba a lo que yo estaba viviendo, así que pedí a mi familia asistir al culto”, sostiene.
Judith recuerda el día que entró a la iglesia y escuchó al pastor decir que Dios estaba conmigo y que con perseverancia iba a ser sanada. “Pasaron cinco meses desde esa fecha, a través de continuos rezos en busca del milagro hasta que una buena tarde sin explicación alguna comencé a respirar con normalidad, el bulto que tenia alojado en mis pulmones había desaparecido y con ello el dolor, había sido sanada. Los médicos quienes me habían estado tratando no salían de su asombro, de esto han pasado cerca de 11 años”, narra.
“Fui bendecida con mi curación”
Los doctores le dijeron a su familia que era mejor que se fuera a su casa y que solo cuando el dolor fuese insoportable le trajeran al hospital para aplicarle morfina. Le dieron, dice, entre seis y nueve meses de vida.
“Ya no tomaba pastillas. Todos en mi casa lloraban, pero yo no sabía de mi gravedad. Entonces fue cuando mi cuñado me presentó a un pastor quien me regaló una Biblia. Pasó un año, pasaron dos yendo a la iglesia y orando a Dios para que me curara, y cuando volví a tratarme los médicos de Essalud no podían explicarlo: el cáncer prácticamente había desaparecido. De eso han pasado 25 años”, recuerda la profesora Inés Cabezudo Ramos (43).
Hoy curada de su mal, Inés es una entusiasta colaboradora de la Liga Contra el Cáncer y de la Comunidad Cristiana del Espíritu Santo, donde acude muy seguido con toda su familia.
Ella, como Judith y Carmen aunque parezca increíble demostraron que la fe puede mover montañas y que la ciencia nunca es exacta.
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