La ciudad de Harrisburg se une a otras dos, Vallejo en California y Central Falls en Rhode Island, que hace dos años se declararon en bancarrota.
Para los sufridos residentes de Harrisburg, un tercio de los cuales viven debajo de la línea de pobreza, es duro no ver las aflicciones de la ciudad como parte de un fenómeno más amplio.
La historia de Harrisburg es una saga larga y dolorosa de la mal administrada renovación de una vieja instalación, diseñada para limpiar la planta contaminante.
Bajo su actual operador, Covanta, la planta está haciendo lo que debería: quemar sin peligro la basura de Harrisburg. Pero el daño ya está hecho. Una sociedad anterior resultó en costosos problemas y atrasos.
Una disputa sobre qué hacer con la deuda, que involucra a la alcaldesa, miembros del Consejo, acreedores y la Mancomunidad de Pensilvania, pasará ahora a un juez federal de bancarrotas.
Futuro hipotecado
Mientras tanto, en un edificio con filtraciones del viejo incinerador, Harrisburg se prepara para vender algunos improbables tesoros.
Unos 8,000 artefactos, en su mayoría asociados con el Viejo Oeste, se encuentran apilados y diseminados en todo el edificio, acumulando polvo.
Los artefactos fueron coleccionados por el exalcalde de Harrisburg, Stephen Reed, quien soñaba con crear una serie de museos para atraer turistas.
Solo pudo cumplir parte de su visión. Un enorme museo de la Guerra Civil se encuentra ahora en una colina, con la impresionante vista de una ciudad donde está desplegado el legado mixto de Reed.
Del lado positivo están la brillante Universidad de Ciencia y Tecnología de Harrisburg y un equipo de las ligas menores de béisbol.
Pero contra esos logros se erige el casco sin terminar del Centro de Comercio de Capitol View, una instalación de imprenta, oficinas y tiendas que engulló US$17.5 millones de dinero público antes de paralizarse hace tres años.
“Nunca hubo un préstamo que no le gustara”, dice el controlador de la ciudad de Harrisburg, Dan Miller, recordando los 28 años de Reed en la alcaldía. “Era alguien que creía en pedir dinero prestado” e hipotecó el futuro de la ciudad.
El museo del Viejo Oeste nunca verá la luz del día. Harrisburg hará una subasta final de la colección de Reed.
La ciudad espera recuperar algo del dinero público -calculado entre US$8 millones y US$15 millones- que Reed gastó organizando todo. Pero eso apenas hará mella en la colosal deuda de la ciudad.
Meramente un “microcosmos”
Una década de guerra y una recesión nacional dieron al traste con las ambiciones de Reed, señala Philbin, para añadir que de ninguna manera Harrisburg es única.
¿Podrían entonces otras ciudades enfrentarse a perspectivas igualmente calamitosas?
“Harrisburg no es un presagio de lo que va a pasar con ciudades en el resto del país”, indica Christopher Hoene, de la Liga Nacional de Ciudades.
“La bancarrota municipal ha sido históricamente rara”, expresa, al notar que desde que convirtió en una legal en la década de 1930 solo ha habido unos pocos cientos de casos en todo el país.
“Harrisburg es apenas un pequeño microcosmos de lo que está ocurriendo en los Estados Unidos”, afirma Ángela Jenkins, mientras golpea un tambor en un pequeño campamento de protesta de “Occupy Harrisburg”, a orillas de las tranquilas aguas del río Susquehanna.
“Aquí todo está empezando a colapsar, tal como ocurre a nivel nacional”, dice.
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