El año que se va será recordado como el más violento contra la prensa, no solo por el número de reporteros asesinados y golpeados, sino que ahora muchos presidentes ven a los medios de comunicación como sus enemigos
Para la Sociedad Latinoamericana de Prensa (SIP), 2011 ha sido el año más trágico para los periodistas en dos decenios. En un informe, el periodista Tyler Bridges señala que entre 1995 y 2010 fueron asesinados en el mundo 258 periodistas, y de los 40 asesinados este año, 22 son latinoamericanos. Sin embargo, en los tribunales solo existen 59 procesos.
Si usted pregunta por los otros 199, habrá dado en el clavo: la impunidad es la nota común en las muertes violentas de periodistas y una de las causas de la multiplicación de los casos de asesinato.
¿De dónde procede ese odio asesina contra unos profesionales que, por definición, solo esgrimen las armas de la inteligencia y las ponen al servicio de los otros?
En el enfrentamiento más común, el de periodistas y gobernantes, el odio nace como una reacción del funcionario ante un fiscal que no ha sido nombrado y que, sin embargo, sigue todos sus actos con severidad implacable, en nombre de la ciudadanía.
En una inusual declaración recogida por la PNUD en su informe de 2004 sobre la democracia en América Latina, presidentes de la región califican a la prensa como “contrabalance del poder presidencial”, “medios hostiles”, “servidores del gran capital”, “obstáculos para la gobernabilidad”.
Desde ese punto de vista son explicables las leyes de desacato de que echan mano los funcionarios para presionar a los periodistas y medios.
En Bolivia, el año 2009 se contaron nueve agresiones contra periodistas en nueve meses, mientras en Nicaragua las turbas oficialistas se han encargado de acosar a la prensa con asaltos y palizas; la campaña persistente del presidente Correa contra la prensa ha dado resultados. Su reiterada acusación a la prensa corrupta ha calado y es perceptible una extendida desconfianza hacia los periodistas. En Venezuela uno de los llamamientos presidenciales es a apagar televisores para tener la mente limpia. No es necesario leer periódicos. Por su parte, el presidente nicaragüense, Daniel Ortega, sitia económicamente a los medios de la oposición y promueve un acoso judicial contra periodistas incómodos.
Los informes de las últimas semanas dan cuenta de otro hecho sorprendente: la participación de ciudadanos comunes en los atentados contra periodistas.
En Honduras fueron miembros de una facción política los que amenazaron a la prensa por sus críticas al golpe de Estado. También en Bolivia, en el Alto, un locutor de radio fue atacado y apuñalado, tras ser amenazado. En México se cuentan 10 ataques contra los medios en este año y en Argentina una estación de radio fue incendiada y silenciada, según su propietario, por razones políticas.
¿Ha dejado de ser el periodista esa figura emblemática en la que la gente confiaba cuando perdía la fe en las demás instituciones? Los narcotraficantes, como sucede en México, muestran su poder al silenciar a periodistas, o intimidan a los medios que osan denunciarlos, o imponen silencios y desconfianzas en las redacciones en que los periodistas miran a sus pares como posibles infiltrados de las poderosas mafias.
Sume a estos hechos el de la vinculación de periodistas y medios a políticos de imagen turbia, y la implicación de la prensa en campañas de imagen de empresas de sospechosa catadura, los silencios interesados o no sobre hechos de escándalo, que los lectores interpretan como complicidades, y tendrá usted los factores que producen la baja credibilidad de los medios y el desmoronamiento de una influencia que parece ir a la par con la desaparición de medios de comunicación.
Nadie parece lamentar la desaparición de estos medios porque el sustituto, las noticias por Internet, resulta satisfactorio. La participación de este medio en las audiencias mundiales ha pasado del 4% al 22% y sigue creciendo. Una reciente encuesta, en Medellín, Colombia, fue reveladora: la mayoría de los lectores, el 42,26%, utiliza el periódico para leer las tiras cómicas y, mientras le dedican 3.2 horas día a la televisión y 3.1 horas al día a Internet, leen periódicos durante 21 minutos de promedio.
Este declive de la influencia y del peso moral de la prensa ocurre al mismo tiempo que arrecian los ataques desde el poder y se intensifica la guerra de narcotraficantes y delincuentes contra la prensa.
En un artículo dedicado al análisis de esta situación el periódico The Nation señalaba las causas:
— Los Gobiernos que toleran la impunidad, que fue el hecho emergente en el foro promovido por la SIP en Ciudad de Guatemala, en donde al cabo de la exposición de casos de periodistas asesinados en América y el mundo, se impuso la conclusión de que, con excepciones, todos esos ataques se mantenían impunes y de que esa impunidad pasaba a ser otra causa del problema.
— En el mismo artículo de The Nation había otro apunte: los directores y gerentes de medios suelen considerar que los mecanismos de seguridad para sus periodistas no son parte de su responsabilidad, de modo que, como sucede en México, las reclamaciones de los reporteros para disponer de un chaleco antibalas, o un seguro de vida, son demandas que las empresas consideran extravagantes, excesivas de sus obligaciones.
— The Nation lo sugiere, pero los hechos le han dado solidez a este otro punto: los propios periodistas han contribuido al agravamiento de su situación por la ingenuidad y el exceso de confianza con que se exponen al peligro, como si su carné de periodista pudiera detener las balas o los machetes.
Sean cual fueran las razones del por qué se mata o se agrede a un periodista, no habrá ninguno que justifique el silencio de la prensa.
Mientras el estatus quo se mantenga en el mundo, muchos periodistas seguirán muriendo, salvo que ya no existan ninguno.
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