En el Perú existe más de un millón de niños trabajando. La mayoría de ellos, vienen siendo explotados por sus
propios familiares
Mi reloj marca las 11 de la noche. Al solo mirarlo me doy cuenta que no es feliz, que la desdicha que le tocó vivir no se lo desea a nadie. Yessenia (10 años) recorre todas las noches junto a su hermana Mirella (6) con una caja de chicles entre sus manos casi todos los rincones de centro de Lima en busca de algunas monedas que la ayuden a sobrevivir.
Desde las seis de la tarde hasta las 12 de la noche, tanto ella como su hermana están obligadas a trabajar sino quieren ser castigadas por su madre.
De las dos, Mirella es la más simpática. A pesar de su corta edad, ella siempre está con la sonrisa entre sus labios. Precisamente esa cualidad hace que hasta el más reacio transeúnte le colabore.
Como nos cuenta Yessenia, la mayor, para ganarse un par de soles que es la propina que su madre les da cuando han vendido bien (30 soles) no hay tienda, bar o cantina que durante su duro trajinar que a veces llega hasta 7 horas de trabajo diariamente, no hayan recorrido.
Yessenia que es la única que está en el colegio, nos cuenta que debido a sus constantes inasistencias la directora de su centro de estudio le ha dicho que puede perder el año escolar. Y es que Yessenia, aparte de tener que contribuir con los gastos de la casa, además debe cuidar de su último hermanito de tan solo tres años mientras su madre, de nombre Charo, sale a buscarse la vida.
Sobre su papá, la pequeña muy poco sabe de él. Lo vagamente que recuerda es que mientras vivía junto con su madre él las pegaba cuando llegaba mareado. “De eso hace cuatro años”, nos comenta mientras Mirella vende cuatro cigarrillos y unos cuantos caramelos a una pareja.
Una casa de esteras en lo alto de un cerro en San Juan de Lurigancho, sirve de refugio para ella, su madre y sus dos hermanitos. “Hay días en que trabajo desde las seis hasta la una de la tarde del día siguiente, pero solo cuando hay bastante gente durante la navidad o año nuevo. En esas fechas las personas se amanecen tomando, caminando y mi madre me dice que debemos aprovechar esas oportunidades ya que por esas épocas la gente da buenas propinas”, nos cuenta Yessenia.
Precisamente el año pasado, ella y su madre lograron ganar durante la navidad y el año nuevo entre 100 y 150 soles.
La conversación con la pequeña Yessenia no duró más de cinco minutos. Ella se excuso de no poder hablar más ya que tenía que vender, ya que sino se quedaba sin propina, y lo que es peor se exponía a que la golpearan. Mientras consumo plácidamente la goma de mascar que Yessenia me vendió, me preguntaba cuántas niños como ella estarán en estos momentos caminando por las frígidas calles limeñas para poder ganar unos cuantos soles que les permita sobrevivir. Tan chicos pero con un responsabilidad de grandes. Toda una historia para reflexionar.
Artista por necesidad
Sergio tiene 12 años y apenas cursa el cuatro de primaria, lo suyo no es el estudio nos relata, el arte lo lleva en las venas. Se levanta muy temprano obligado por su madre para ir a la escuela, lugar a la que nunca llega por dedicarse a practicar malabares con todo objeto que encuentra. Su vida transcurre entre su querida Villa El Salvador y la plaza Grau, donde está su público que es su mayor inspiración. Como muchos niños de su edad, él también tiene sueños. “Quiero ser algo cuando sea grande para darle cosas a mí mamá”, nos relata Sergio.
Así como Yessenia y Mirella, Sergio también proviene de un hogar humilde, y para contribuir con los gastos de la casa tiene que trabajar, aunque de esa decisión su madre no sabe nada, aunque sospecha, nos dice.
“La vez pasada me vio con unos polos nuevos. Mi madre pensó que los había robado, pero no, yo le dije que fue un amigo que me los regaló. Felizmente ella me creyó, aunque dudando”, refiere Sergio.
El pequeño artista cuenta que los malabares que hoy practica los aprendió cuando apenas tenía 6 años. Martín (18), su hermano mayor, fue su maestro y guía después de la muerte de su padre de quien tiene vagos recuerdos. Hoy en día ambos se ganan la vida entre piruetas y malas caras de los conductores que se detienen en el semáforo. “Solamente tenemos 30 segundos para poder hacer lo mejor que sabemos, no hay tiempo para la equivocación, un buen trabajo es una buena propina”, nos dice Sergio.
Para ganarse 40 soles, nos revela Martín, tanto él como su hermano menor deben trabajar hasta 10 horas, para así poder ayudar a su joven madre quien debe de lavar ropa a domicilio por unos 10 soles diarios.
El número crece
Las historias de Yessenia y de su hermana menor Mirella como las de Sergio son el pan de cada día de nuestras casi sucias calles del centro de Lima. Muchos de ellos menores entre 5 y 15 años son víctimas de la pobreza y en algunos casos viven en total desamparo. Según cifras del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) del año 2007, la fuerza participativa de menores de edad en la PEA (Población económicamente Activa) se ha ido incrementando de forma alarmante en esta última década, a pesar del optimismo de las autoridades de turno que indican que la pobreza está disminuyendo en el país.
De acuerdo con la Tasa de Actividad a nivel nacional, la población laboral entre 6 a 17 años hasta hace tres años se había incrementado a 20.8%. Es decir, de cada 100 niños y adolecentes considerados aptos para desarrollar una actividad económica, alrededor de 21 forman parte de la fuerza laboral urbana y rural del país.
En nuestro país existen cerca de 1 millón y medio de niños que trabajan. Del total de la población ocupada de 6 a 17 años, el 29.1% son niños y el 70.9% son adolecentes. Con respecto a la distribución de este porcentaje, el área rural es la que concentra el mayor número de niños y adolescentes trabajadores con unos 913 mil que representa el (67.2%). Mientras tanto, en las zonas urbanas la cifra llega a 446 mil niños que significa el (32.8%) del total.
Como bien dice Teresa Carpio, directora de la ONG Save of Children, todas estas cifras lo único que sirven es para darnos entender de lo grave de este problema que amenaza nuestras futuras generaciones.
Para la especialista, esta situación evidencia un mal presagio para lo que nos espera en el ámbito educacional si no se actúa con firmeza ante estas amenazas. “Los niños deben tener una escuela de calidad, con buenos alimentos, espacios para el recreo, solidaridad con amigos, familia y la comunidad, en vez de estar en la calle”, refiere la directora.
De acuerdo con la policía, la mayoría de los niños que trabajan en la calle, sobre todos los de madrugada, son explotados por sus propios padres o pariente que muchas veces alquilan a sus menores por unos cuantos soles.
Según Germán Guajardo, director general de la Fundación Anar (Ayuda a Niños y Adolecentes en riego), las autoridades deben actuar con mayor firmeza para evitar esta triste situación. “No es posible que habiéndose identificados a los agresores aún se vea por las calles de Lima a niños menores de 12 años trabajando como si fueran adultos”, sostiene el experto.
En lo que va del año, la Dirección de Familia, Participación y Seguridad Ciudadana (Dirfapasec) de la Policía Nacional ha intervenido a 24 personas, quienes venían explotando a menores en diversos puntos de la capital.
Actualmente, se encuentran bajo custodia en diversos centros preventivos alrededor de 826 niños y adolescentes, siendo más de la mitad menores de 10 años.
Mientras muchas autoridades se hagan de la vista gorda y no se logre reducir los índices de pobreza extrema, pequeños como Yessenia, su hermana y Sergio continuarán trabajando por las calles exponiéndose a un sin de peligros.
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