El 6 y 9 de agosto de 1945, Japón sufrió el primer bombardeo atómico de la humanidad. En esos dos días murieron cerca de 220 mil personas. Sesentiseis años despues, como si no hubiera bastado esa tragedia, ese país estuvo a punto de volver a pasar por la misma historia, esta vez producto de una negligencia suya en la central nuclear de Fukushima
El 6 de agosto de 1945 la seguridad de nuestro planeta y de la humanidad misma cambio. Ese día Estados Unidos lanzó por primera vez en la historia una bomba atómica. Las consecuencias de ella la vivió la ciudad de Hiroshima, Japón, donde murieron en milésimas de segundos unas 140 mil personas. Tres días después, Nagasaki conocería también las consecuencias de ese nuevo experimento.
Tres años antes de esas dos terribles explosiones que cegaron la vida de aproximadamente 220 mil personas, Estados Unidos ya venía trabajando de la mano del científico Albert Einstein un proyecto denominado Manhattan, que consistía en diseñar y fabricar las primeras bombas atómicas del mundo.
Sesentiseis años después, aún se sigue hablando dentro del circulo científico, histórico y público en general si era necesario para obtener la victoria en la guerra en el Pacífico usar las bombas atómicas. Como fuese, el mundo ya no fue igual luego de Hiroshima y Nagasaki.
Hace algunos días atrás miles de personas en estas dos ciudades japonesas recordaron los sesentiseis años del bombardeo. El presente aniversario tuvo como anécdota que el país que sufrió las primeras consecuencias de la radiación atómica haya pasado en marzo de este año por una situación parecida, cuando una planta nuclear localizada en Fukushima Dai-ichi, en el noreste del país, estuvo a punto de explotar producto del fuerte terremoto de 9,0 de magnitud que azoto Japón.
El primer ministro Naoto Kan el último 6 de agosto depositó una corona de flores amarillas en el Parque Memorial de la Paz en Hiroshima y reiteró el compromiso de Japón de nunca repetir los horrores de Hiroshima, cuyo sufrimiento continúa hasta hoy debido a que las enfermedades se han heredado a través de generaciones.
Japón prometió por mucho tiempo nunca fabricar o poseer armas nucleares, pero adoptó la energía nuclear durante su reconstrucción y modernización después de la Segunda Guerra Mundial. Precisamente el uso de esa energía estuvo a punto de hacer revivir a las nuevas generaciones de nipones -esta vez en Fukushima- los hechos que trajeron las dos bombas atómicas de 1945.
Cinco meses después del accidente que está lejos de ser controlado, se busca en vano a los responsables de un desastre en cual se mezclan una insuficiente precaución, simulaciones, falsificaciones de documentos, mentiras y manipulación de la opinión pública.
“Es peor que en Chernobyl, nadie asuma la responsabilidad”, afirma Kenzaburo Oe, premio Nobel de Literatura. “La negligencia se disuelve en una nebulosa de colusión entre administración, operadores, fabricantes de reactores y grandes medios de prensa que transmiten las afirmaciones de los expertos de lo que aquí se llama la “aldea nuclear”.
La catástrofe de Fukushima ha abierto una crisis de confianza que toca a las instituciones: una burocracia que, desde la restauración de la dinastía Meiji (finales del siglo XIX, época de la entrada en la era moderna), ha administrado el país no sin una morgue, relegando la política a un segundo plano. No hay que negar su éxito.
El “triángulo de hierro” (administración, política y empresarios) ha hecho de Japón una de las potencias económicas del mundo.
Pero no “sin fisuras”, como lo demuestran las enfermedades por la contaminación en 1960-1970, entre ellas la de Minamata (contaminación por el mercurio orgánico derramado en el mar por una fábrica química), con millares de muertos y de afectados de por vida. Ya entonces, el Estado no defendió a sus ciudadanos: fueron las víctimas las que lucharon durante años para que finalmente se dejara de negar la relación entre la contaminación y la enfermedad.
El sábado 6, multitudes de personas cargando rosarios budistas inclinaron sus cabezas para conmemorar las muertes mientras pichones eran liberados durante el solemne encuentro que se repite año con año ante el esquelético domo de un edificio que fue destruido por la bomba.
Ese día, Kan repitió su compromiso de adoptar energía renovable y confiar menos en la nuclear.
“Japón también está trabajando para revisar desde cero su política energética”, dijo Kan. “Lamento profundamente creer en el mito de la seguridad de la energía nuclear”.
A 66 años de Hiroshima y Nagasaki, Japón ha sido de nuevo víctima del átomo. Pero, esta vez, él es responsable del desastre. Y este año, el Congreso de Japón contra la Bomba Atómica (Gensuikin), el más importante movimiento antinuclear del Archipiélago creado en 1965, añadirá a su eslogan No more Hiroshima! No more Nagasaki!” un “No more Fukushima!”. (¡No más Hiroshima! ¡No más Nagasaki! ¡No más Fukushima!)
Japón demostró en el pasado su capacidad de reinventarse. Y éste será sin duda de nuevo el caso. Pero, esta vez, tendrá que haber un nuevo contrato social entre el Estado y la nación.
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