El gobierno griego lleva meses negociando los términos del segundo rescate. Los plazos y ultimatums van y vienen. Pero está acercándose la fecha en que, si no hay acuerdo, Grecia caerá en bancarrota. Antes del 20 de marzo el país tiene que encontrar US$18.000 millones para pagar sus deudas.
Antes de destinar más fondos a Grecia, el Fondo Monetario Internacional (FMI) tiene que mostrar que las deudas del país son sostenibles. Para 2020, quieren que el endeudamiento caiga del 169% al 120% del Producto Interno Bruto.
Las negociaciones han transcurrido por dos caminos. El primero, con los inversores privados, fundamentalmente los bancos, a los que se les han pedido renunciar a un 70% de sus inversiones. Eso podría eliminar US$130.000 millones de la montaña de US$480.000 millones.
Los inversores canjearían bonos por otros con un valor de menos de la mitad.
Además, se discute la tasa de interés que esos bonos tendrían, lo que ha provocado retrasos a la hora de llegar a un acuerdo.
El factor “voluntario”
Pero todo depende en la segunda parte de un acuerdo, el que trata de reducir la deuda gubernamental.
El hecho de que compromisos asumidos en el pasado no han sido respetados ha irritado a la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
Los organismos internacionales quieren que el déficit griego se reduzca más rápidamente, así que piden nuevos recortes de más de US$5.000 millones. Eso incluye recortes del salario mínimo, despidos de funcionarios y reducciones en las pensiones.
Antonis Samaras, líder del segundo partido del país, dijo el último domingo que esas medidas solo profundizarán la recesión y prometió oponerse “por todos los medios”.
Otro líder político, Yorgos Karatzafaris, dijo: “No contribuiré a la explosión de una revolución por la miseria que incendiará toda Europa”.
El acuerdo para los nuevos recortes no está lejos de alcanzarse. Pero los políticos pasarán por nuevas elecciones en los próximos meses y no quieren ser identificados como los responsables de los nuevos recortes.
Pérdida de fe
Los líderes europeos, en particular los alemanes, han estado presionando a los griegos. Ya han dejado claro que se les está acabando la paciencia.
El ministro de Finanzas de Alemania, Wolfgang Schaeueble, dijo que “a no ser que Grecia implemente las medidas necesarias y no sólo las anuncie, no hay cantidad de dinero que pueda arreglar el problema”
Los alemanes, y otros, no creen que en los griegos cuando dicen que harán las reformas.
El problema es que la mayoría de los griegos, que quieren permanecer en la eurozona, han perdido la fe en la austeridad. Ven a su país en caída libre a pesar de los anuncios de su gobierno de que pronto encontrará una solución para salir de la crisis económica. Se puede haber alcanzado un punto y el FMI lo ha dado a entender, en el que más austeridad pueda ser contraproducente.
Lo más probable es que haya acuerdo. Una suspensión de pagos griega todavía es algo temido en Berlín por el riesgo de que haga que se extienda la inestabilidad y afecte a otros países, como Portugal e Irlanda.
Los líderes políticos griegos, también, temen el caos que puede seguir a la bancarrota.
La Comisión Europea ya ha dicho que incluso si se llega al acuerdo para el segundo paquete de rescate, puede que no sea suficiente.
Otros casi US$20.000 millones podrían tener que salir de otros gobiernos de la eurozona o tal vez del Banco Central Europeo. Y hasta más fondos podrían ser necesarios.
La investigadora Katinka Barysch, del Centro para la Reforma Europea, cita numerosos ejemplos de dónde los griegos no han cumplido. Un ejemplo: el FMI, la UE y el BCE pidieron a Grecia que reduzca el tamaño de su sector público reemplazando a uno de cada cinco funcionarios retirados entre 2010 y 2011, pero Atenas ha agregado a 20.000 personas a su nómina.
Un acuerdo servirá para ganar tiempo, pero Grecia es una sociedad rota, donde incluso la clase media está engrosando las listas de los sin techo.
Todo el mundo sabe los años de austeridad que tienen por delante.
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