Cada día hay más jóvenes sumidos en las drogas. Esta es la historia de Ricardo, Gustavo, Jorge y Wilson que aseguran que Dios les ayudó a salir del mundo de los vicios. En el presente informe dan testimonio de su transformación a otros que tratan de seguir sus pasos
Llegamos al medio día al Centro de Rehabilitación “El Buen Pastor”, un lugar en donde alrededor de 100 internos – en su mayoría varones luchan día a día por salir de ese submundo que son el alcohol y las drogas. Nos recibe Ricardo, director de este centro quien nos invita para que conozcamos como funciona y como si es posible poder rehabilitar a una persona que ha caído en las manos de algún tipo de adicción.
Ricardo Boscovich – pasó más de veinte años en el mundo de las drogas y hoy gracias a Dios es uno de miles de personas rehabilitadas que han dejado esa vida para poder ayudar a los que más lo necesitan. Tiene 45 años y hace 19 que no consume ni una aspirina.
Recorriendo los pasillos de este centro que tiene tres pisos ubicado en Comas, nos damos cuenta de que la palabra de Dios está presente en casi todos sus ambientes.
Ricardo, el encargado de este centro, es un exconsumidor que a principios de los años noventa era adicto a todo tipo de drogas. Él nos cuenta que cuando apenas tenía 13 años ya estaba probando la marihuana. Con el tiempo empezó a probar otras sustancias. A los 20, su vida estaba hecha un desastre.
Ni los llantos de una desconsolada madre ni de su primogénitor que acababa de nacer le hacían entrar en razón. La droga se había apoderado de su mente y de su alma – dejándolo al extremo de ya no tener ganas de vivir.
Ricardo nos cuenta que hasta que una persona no toque fondo y acepte su enfermedad esta seguirá consumiendo su vida hasta sus últimos días.
“Lo que empezó como un juego luego se convirtió en una pesadilla – la mayoría de personas cree que todo está controlado y que puede dejar la droga o el alcohol cuando uno quiera– esa es un gran mentira, en mi caso tomé la decisión de ya no seguir consumiendo hace 19 años una vez que conocí a Dios. Desde ese día hasta hoy no he vuelto a consumir ningún tipo de droga”, dice Ricardo en momentos en que atiende una llamada de una madre desconsolada que desea internar a su hijo que ha recaído por cuarta vez.
A ese tipo de casos es lo que llama el hermano como uno de los más difíciles de afrontar, debido que en esas circunstancias la autoestima del residente, como se hacen llamar aquí, se encuentra deteriorado, esto sumado al alto nivel de intoxicación hace necesario el uso de fármacos y un alto nivel de compromiso tanto de la persona como de la familia.
“Ocho años consumiendo drogas”
El más tímido de todos es Gustavo Celiz Cristóbal (25) – un joven al que la vida le está dando una oportunidad de reincorporarse a la sociedad. Viste camisa blanca con corbata roja – me dice que es el uniforme del centro y que es obligatorio llevarlo ya que normas son normas y hay que cumplirlas.
Su rutina empieza pasadas las 5 y 30 de la mañana. Gustavo es el encargado de despertar a sus compañeros a golpe de seis para comenzar con los quehaceres diarios – que consiste en bañarse, asear sus dormitorios y estar listos para la formación, minutos después comienza las charlas que a diario reciben sobre diversos temas relacionados al no consumo de las drogas y lo importante que es Dios para su recuperación.
Termina la charla de hoy y pedimos a Gustavo que nos brinde algunos minutos para poder conversar con él. Nos dirigimos a una oficina en el primer piso donde se suele recibir a las visitas. Durante el trayecto parece ser que estamos causando bastante curiosidad de los demás residentes como se les llama a las personas que viven allí. Una vez en la oficina Gustavo nos cuenta pasajes de su vida que hasta ese momento se negaba a comentar.
Su mirada tímida nos hace presagiar cuán difícil fue para él sobrellevar sus adicciones a la pasta básica y a la bebida, teniendo apenas 15 años. Corría el año 1997 y la vida de Gustavo tuvo un giro de 360 grados – ya que por insistencia de unos amigos empezó a consumir marihuana a la salida del colegio.
“Recuerdo claramente el día que probé mi primer cigarrillo cargado. Yo había escuchado que muchos jóvenes entraban a las drogas como un auxilio a los problemas familiares – ese no era mi caso ya que ingrese por simple curiosidad, nadie me obligó a nada, lo hice a sabiendas de que con el tiempo me iba a traer problemas de adicción pero igual seguí consumiendo por espacio de tres semanas sin parar, esto a espaldas de mi familia quienes no sospechaban nada”, acota.
Pasaron los meses y lo que empezó como una simple palomillada se convirtió de a pocos en una adicción incontrolable a extremos de que comenzó a sustraer objetos de valor de su casa para poder satisfacer su vicio. Un día llegó a faltarle el respeto a su madre – lo que conllevó que sus padres intenten internarlo sin lograr su cometido.
Gustavo nos narra que al principio se rehusaba a que le internaran –ya que quería seguir disfrutando de la vida con sus amigos por las calles con el único afán de darle la contra a su familia – aunque tiempo después recapacitó y se dio cuenta lo equivocado que estaba. Desde esa fecha han pasado 20 meses en la que le ha costado acostumbrarse, en especial las tres primeras semanas que son las de abstinencia en la que el cuerpo pide la droga, pero gracias a su fe alcanzó lograr controlar esa ansiedad y no intentar escapar del centro.
“Mi hijo me hizo abrir los ojos”
Jorge Barrera de 28 años a pesar de tener a su madre en España lo tenía todo: una buena casa, comida y demás comodidades. Sin embargo él se sentía vacio.
Cuando tenía 21 años, “Coco”- como también lo llaman cariñosamente sus amigos-probó su primer “pitillo” de marihuana. A partir de ese día, él no pudo dejar ese vicio.
“Para mí fue una nefasta experiencia que no se lo recomiendo a nadie”, dice.
Tratando de recordar esa pesadilla a existencia mía, Coco me revela que ese día que probó su primera marihuana sintió un estupor en todo su cuerpo. “Comencé a tener visiones que no eran normales. Mis amigos me decían que era parte natural de quienes consumían pero que con el tiempo eso iba a desaparecer – y que no me preocupara. Semanas después descubrí que eso era mentira y que lo que había hecho era despertar un vicio que me iba a perseguir por los próximos siete años”, sostiene.
De su familia no habla mucho – más bien hace una autocrítica sobre la manera de cómo ellos reaccionaron cuando se enteraron de que su hijo era un adicto en potencia.
“Mis padres a pesar de que sabían que consumía drogas me seguían dando dinero para mis gastos – con el único propósito de que no les molestara. Recién comenzaron a preocuparse cuando comencé a llevarme las cosas de la casa para satisfacer mi vicio – es en ese instante en que ellos trataron de internarme a la fuerza pero yo me rehusaba a hacerlo. Solo cuando nació mi hijo que hoy tiene tres años y medio es que medite en dejar las drogas. Al principio no me fue fácil, felizmente Cristo me ayudó. Hoy mi vida ha cambiado totalmente”, cuenta.
Coco, al término de la entrevista nos da la mano amablemente y se retira a sus quehaceres diarios sin antes dejarnos un consejo para quienes todavía siguen por el mal camino: ¡Dios está con todos nosotros, él es el Salvador!
“Fui un ser manipulador”
Wilson Viena (47) tiene una historia que contarnos. Pasó más de veinte años sumergido en un vicio que lo consumía lentamente. Prefiere recibirnos en la paz de su habitación, llena de plegarias terapéuticas. Recuerda que en sus inicios cuando la adicción no era muy fuerte – solía llevar una vida normal como cualquier otra persona -con un trabajo estable que le generaba ingresos para comprar la droga. Sin embargo con el tiempo esa figura fue cambiando. Dado que no podía dejar de consumir a diario fue despedido de su trabajo. Su situación motivó la reprimenda de sus familiares – en especial de su hermana mayor, quién fue la primera que lo descubrió consumiendo marihuana un buen día.
“Cuando estas sumergido en las drogas te vuelves un sínico y manipulador en especial con los familiares más cercanos quienes te extienden sus manos para ayudarte. En una ocasión, me arrodille ante mi madre y le jure que no era un adicto y que todo lo que había escuchado era una vil mentira – a las pocas semanas ella misma me descubrió en un estado calamitoso que no quiero ni recordar. Fue en estas circunstancias en que conocí la palabra de Dios. Gracias a él recapacite y encamine mi vida. En la actualidad son ocho meses que no consumo – el periodo de abstinencia es la más dura que puede existir, es ahí cuando sale la verdadera fuerza de voluntad para poder cambiar”, dice.
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