En caso Hugo
Chávez no pudiera continuar en el poder, ya sea por la enfermedad que padece o
en el peor de los escenarios porque haya muerto, la cúpula militar no sabe si
seguir apoyando el proyecto bolivariano o no.
Desde
que Hugo Chávez tomó el poder de Venezuela en la madrugada del 4 de noviembre
de 1988, la petrolera estatal PDVSA y las Fuerzas Armadas se han convertido en
las columnas vertebrales de la revolución bolivariana. Mientras una aporta los
recursos para la ejecución de los sueños socialistas del chavismo; la otra,
ofrece el poder del fuego y las capacidades logísticas y de gestión.
Ambos
son agujeros negros, inescrutables tanto para el público como para los otros
poderes del Estado. Pero mientras la petrolera tiene una cara visible, la del
ministro de Energía y Minas y presidente corporativo, Rafael Ramírez, del
sector militar no se tiene una figura clara.
Hay
un consenso en que todos esos grupos quedaran amalgamados en caso de que la
transición que se inicia el 10 de enero, cuando se espera que Hugo Chávez no
sea capaz de presentarse a su juramento como
presidente de Venezuela para el período 2013-2019, desborde los cauces
institucionales y de que la necesidad de restablecer el orden público por la
disuasión o por la fuerza exija, entonces, un espíritu de cuerpo. Pero ese
sería el último escenario.
El papel que se espera de las Fuerzas Armadas es que conformarían
una especie de “escenario egipcio”, en que los militares entre bastidores
definirían las “rayas rojas” hasta donde se podrían tolerar las indefiniciones
y el desorden.
La tutela vigilante por parte de las Fuerzas Armadas, en
medio de una transición constitucional del poder, supondría un reordenamiento
interno para dirimir quién llevaría la voz cantante de esa supervisión.
¿Quiénes estarán en lista? Lo seguro es que las facciones más proclives a
representar la opinión castrense durante la crisis mantienen su fidelidad al
proceso bolivariano, bien por convicción política o por una sujeción más
abstracta al hilo constitucional. Aun así, se pueden reconocer matices que
diferencian a tres grupos, que de manera esquemática se pueden rotular como los
Ideologizados, los Pragmáticos y los Institucionalistas.
De los primeros, el representante actual es el ministro de Defensa en funciones,
almirante Diego Molero. Resulta significativo
que Chávez, sabedor del trance de salud que enfrentaba, lo haya nombrado para el
cargo en octubre pasado. ¿Por qué confiar en Molero en un momento tan delicado?
Tal vez por su declarada convicción socialista.
La designación
de Molero fue una auténtica sorpresa. Quienes parecían destinados a
ocupar el ministerio eran el general del Ejército Wilmer Barrientos, actual
jefe del Comando Estratégico Operacional (CEO), y el general Carlos Alcalá
Cordones, comandante general del Ejército. Los dos pertenecieron a la clase de
1983 y estuvieron vinculados en su momento al MBR 200, la logia interna
que en 1992 afloró con la intentona golpista conducida por Chávez y otros tres
comandantes. Pero mientras a Alcalá Cordones se le tiene por un militar
institucionalista, apegado en última instancia a los parámetros de la
profesionalidad castrense, Barrientos sería un pragmático, de la facción
dispuesta a esperar a saber de qué lado soplan los vientos para tomar partido.
Si
bien cualquiera de los tres podría jugar un papel preponderante en una etapa
post Chávez, lo cierto es que no se descarta que en la oscuridad de la caja
negra militar esté germinando otro liderazgo aún desconocido, como lo fue el
mismo Chávez hasta la madrugada del 4 de febrero de 1992. (El País)
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