Palabra del Obispo Macedo:
Claro, nadie va a escoger la maldición.
Sin embargo, la mayoría ignora que tanto una como la otra tiene su precio.
El costo de la bendición es la obediencia a la Palabra de Dios;
El costo de la maldición es la desobediencia a la Palabra de Dios.
No hay manera, esa es la disciplina que rige a la justicia de Dios.
Sea cristiano o no, bautizado con el Espíritu Santo o no, fiel a la iglesia o no…
No hay manera de huir de esa regla.
La bendición viene del Trono del Altísimo.
La maldición viene del infierno.
Quien desobedece al SEÑOR Dios, está sujeto a la maldición del infierno;
Quien, no obstante, desobedece las inspiraciones del diablo se hace amigo de Dios y, por lo tanto, merecedor de Sus bendiciones.
“Sé sabio, hijo mío, y alegra Mi corazón, y tendré qué responder al que Me agravie”. (Proverbios 27:11)
Como se puede ver, maldición o bendición, cielo o infierno, dependen de la cabeza de cada uno.
Obediencia o desobediencia, esa es la cuestión.
Obediencia a la Palabra de Dios es la fe exigida por Él.
Fe que Le agradó en el pasado e hizo posible lo imposible; que sacrificó la voluntad humana; contrarió los deseos del corazón; no prestó atención a los sentimientos; mucho menos a la opinión ajena; fue locura a los ojos humanos.
Abraham obedeció, Isaac obedeció, Jacob obedeció, hasta Jesús, “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser Autor de eterna salvación para todos los que Le obedecen…” (Hebreos 5:8,9)
La obediencia no es en parte, como es costumbre de algunos.
Todos los héroes de la fe manifestaron la verdadera fe a través de la obediencia a la Palabra de Dios.
Debido a eso, el apóstol Santiago enseña: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras (actitudes de obediencia)? ¿Podrá la fe salvarle? (Santiago 2:14)
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