jueves, 19 de julio de 2012

Los niños de la calle



Mientras la ciudad se divierte y las personas salen a bailar por las acaudaladas calles limeñas, un pequeño gueto de niños marginados irrumpe en las esquinas de la ciudad, mostrándonos que el maltrato y la explotación infantil siguen a la orden del día. 

Cerca de la medianoche, cuando la mayoría de niños debería estar durmiendo, unas siluetas pequeñas y solitarias deambulan, impertérritas, por las portentosas calles que rodean el famoso Parque Kennedy. Menores entre las edades de 9 a 13 años pululan por Miraflores junto a las prostitutas y los fletes, convirtiendo lo que debería ser su noche de descanso en una lóbrega jornada de trabajo nocturno.
Cerca de la calle de las Pizzas encontramos a una inocente y singular niñita, a quien en esta oportunidad llamaremos Katty. Ella se desempeña como vendedora de rosas y, mientras caminaba contándonos su historia, de rato en rato iba ofreciendo su mercancía a la indiferente población miraflorina.
“Tengo 9 años. Vivo con mi mami. A mí nadie me manda a trabajar, yo salgo porque quiero ayudar. Mi labor empieza a las 5 de la tarde y se extiende hasta las 12 de la noche. De aquí a poco me voy a mi casa, porque ya va ser la hora y además tengo sueño”, nos dice Katty. Ella lleva un pantalón bastante desgastado y una ropa ligera para poder caminar sin ningún tipo de inconveniente. Al parecer, no le hace caso al frío y tampoco teme que alguien le haga daño.
“Yo siempre descanso los lunes. Pero hay lunes, como hoy, que debo trabajar porque tengo que llevar más dinero a mi casa. Debo ayudar a mi mami, porque ella está enferma. Yo vendo rosas a 5 soles”, nos narra la infante. Además de esto, Katty dice que nunca le ha pasado nada, porque siempre “hay vigilantes que nos miran, aunque algunas veces ellos nos botan de estos lugares”.
Acompañamos a esta niña en su recorrido y pudimos percatarnos de la total indiferencia de la que ella es víctima por parte de las personas que frecuentan ese tipo de lugares: Adultos que no tienen reparos en comprar jarras de cerveza cuyos precios oscilan entre los 30 a 50 soles, pero que se muestran indolentes cuando una de estas criaturas se les acerca para que las apoyen con algunos soles.
Después de comprarle una rosa, nos despedimos de Katty. Ella se alejó en la frialdad de la noche, perdiéndose entre la multitud que no hace más que ignorarla en aquella selva de cemento llena de aves de rapiña.
“No debo hablar con extraños”
Entre un grupo de menores que estaban reunidos casi al centro del Parque Kennedy, conversamos con otra niña de unos 10 años de edad a quien llamaremos Kaori. Esta pequeña llevaba entre sus brazos un panel repleto de escarapelas que vendía a tan solo dos soles cada una. 
A diferencia de Katty, Kaori nos dice que ella empieza a trabajar desde las 3 de la tarde, aunque los sábados inicia sus labores más temprano. “Yo estudio por las mañanas, pero me levanto con sueño porque siempre duermo tarde, ya que tengo que trabajar”, nos cuenta Kaori.
Ella, al igual que los demás niños, viene de un hogar disfuncional. Al parecer, no sabe dónde está su papá y solo vive junto a su madre. Dice no tener miedo de caminar sola porque sabe identificar a las personas malas.
“Mi mamá siempre me dice que no vaya con las personas que no conozco. Que solo ofrezca lo que vendo, y nada más”, refiere la pequeña.
 “Tengo que ayudar a mi mamá”
En esta oportunidad, a este muchachito que suele pararse en la esquina del parque Kennedy, con una cajita de chocolates “Mecano” en sus brazos y un panel repleto de escarapelitas también,  lo llamaremos Alexis. Él tiene 13 años, pero por su contextura parece tener 9 o 10. Probablemente ello se deba a su pobre alimentación.
Con sus cabellos desordenados y polvorosos nos cuenta que de vez en cuando, al caer la noche y no encontrar lugar dónde dormir, debe pernoctar en algún rincón de la calle. A pesar de las dificultades y la vida brusca que le tocó vivir, mantiene una sonrisa fácil y alegre que podría contagiar a cualquiera.
“Yo trabajo todos los días, incluso los domingos. Ahorita ya me voy, pero quiero ver si puedo vender un poquito más, para poder ayudar a mi familia”, nos dice Alexis, quien, además de la caja de chocolates que sostiene en una mano, coge con la otra la manito de su hermanita menor, a quien pondremos como nombre Sandra. Ella tiene nueve años y siempre acompaña a su hermanito en sus jornadas de trabajo. 
“Siempre salgo con mi hermano, para aprender a vender y, cuando crezca un poquito más, pueda hacerlo yo sola. Mi mamá siempre me dice que no le suelte la mano a mi hermano, para que no me pierda”, nos dice la niñita Sandra.
Alexis y Sandra son dos hermanitos que viven muy cerca de Miraflores. No nos especificaron el lugar exacto, pero lo que sabemos es que ellos van y vienen de su casa hasta su centro de labores caminando. Según nos relatan, su mamá también es vendedora ambulante, pero ella labora por las mañanas, obligándolos a ellos a hacerlo por las noches. 
“Nunca nos ha pasado nada malo porque entre nosotros nos cuidamos. Nunca dejo que Sandra se vaya por otro lugar, siempre la tengo cogida de la mano, para que no se me escape. A veces, cuando nos aburrimos, nos subimos a los juegos y nos distraemos un rato. Luego dejamos de jugar y volvemos a vender”, nos cuenta un sonriente Alexis.
Le preguntamos por qué sonreía tanto. ¿No te gustaría estar en tu casa durmiendo?, le dijimos. Él, con la mirada perdida en algún lugar de aquellas calles acaudaladas, solo atinó a decirnos: “No tengo otra opción. Debo ayudar a mi mamá”.
Sandrita y Alexis se alejaron de nosotros cogidos de las manos. La venta de sus chocolates y escarapelas eran su única preocupación y, en vez de estar durmiendo porque al día siguiente tendrían que ir a la escuela, se resignan a caminar por Miraflores, cuidándose el uno al otro, soportando el frío atroz de la soledad y la indiferencia. 
La historia de estos niños que laboran en Miraflores se repite en muchas partes de Lima y del país. Para ellos, la bonanza económica de la que nos jactamos no ha llegado ni llegará mientras no se cambien muchas cosas en el Perú.

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