miércoles, 15 de agosto de 2012

A cinco años del desastre


El próximo 15 de agosto se recuerda uno de los terremotos más violentos de la historia del Perú que arrasó con la tranquilidad de los pobladores de Pisco, Chincha, Ica, entre otras provincias. A poco de cumplirse cinco años de la tragedia, damnificados aún claman ayuda. 

El día parecía terminar como cualquier otro, sin ninguna novedad. Sin embargo, aquella tarde, alrededor de las 6:40 p.m., la tierra comenzó a temblar violentamente, sacudiendo sin piedad las viviendas de los habitantes de las provincias de Pisco, Chincha, Ica, Cañete, Yauyos, Huaytará y Castrovirreyna. 
El movimiento telúrico fue de tal magnitud que llegó a sentirse inclusive en nuestra capital, además de Piura y Arequipa. 
Según INDECI, el terremoto de esa tarde tuvo una magnitud de 7.9 grados en la escala de Richter, con una duración aproximada de tres minutos con 50 segundos), que  dejó como saldo trágico 524 fallecidos, 20,146 heridos, 41,210 viviendas afectadas y 416,218 damnificados.
De acuerdo con las autoridades, el 70% de las víctimas estuvo localizado en Pisco. Como se sabe, dicha ciudad quedó en ruinas. Un dato trascendente fue que en Chincha, debido a la catástrofe, se derrumbaron las paredes de una conocida cárcel, lo que provocó la fuga de 600 presos, siendo 30 de ellos detenidos nuevamente y puesto en cautiverio días después.
Se dio a conocer que el epicentro del sismo provocó una alerta de “tsunami” – que fue descartada horas después – en el litoral del Pacífico sudamericano, alertando también a los países vecinos. El núcleo de la catástrofe se ubicó exactamente a unos 40 kilómetros de profundidad de mar, frente a las costas de Pisco, y a 167 kilómetros al sur de la capital. 
En medio del dolor y la desolación, el gobierno de Alan García – quien era presidente aquel año – movilizó una gran cruzada de ayuda hacia el sur, gracias al cual llegaron carpas y módulos, así como prometió la reconstrucción de todas las localidades afectadas. Producto de esa promesa, se creó el Fondo de Reconstrucción del Sur (FORSUR). 
Meses antes que el gobierno de García dejara el poder, esta entidad dio a conocer el logro de 331 obras culminadas por 26 millones de soles, así como la ejecución de otras 544 con una inversión de 600 millones de soles. 
FORSUR también informó que a esta cantidad de obras, se sumaban 57 proyectos financiados por fuentes diferentes al Gobierno Nacional, cuya inversión alcanzaba los 143 millones de soles, siendo en total la suma de las inversiones destinadas a las zonas afectadas, hasta esas fechas, de ¡971 millones de nuevos soles!
A pesar de la cuantiosa cantidad que dicha entidad decía haber invertido y que según los entendido hubiera sido suficiente para haber solucionado las necesidades de los damnificados del sur, la realidad nos habla que aún existen gente viviendo en carpas y módulo, que existen avenidas cuyas casas aún están derrumbadas, y que todavía hay muelles destruidos. 
El año pasado, una de las primeras medidas del presidente Ollanta Humala fue desactivar el FORSUR, argumentando que existían actos de corrupción que no deberían quedar impunes. Además, refirió que la ayuda a los damnificados permanecería y que la desactivación de dicha entidad no supondría perjuicio alguno para los pobladores. Pero al parecer, las cosas en Pisco no ha cambiado mucho, siguen habiendo casas y otras infraestructuras que aún siguen en las ruinas. 
“Dios escuchó a los niños”
 “El Universal” logró conversar con algunas de las personas que vivieron en carne propia el catastrófico terremoto. La agonía que se vivió aquel día en la ciudad de Pisco es narrada de forma trágica por la señora Carmen Quispe Ramírez, de 50 años, quien solo pide que el Gobierno cumpla su promesa.
“Aquel día yo estaba en el portón de mi casa, ubicada en la calle El Progreso. Yo creía que se iba a ir rápido, pero cada vez era más fuerte. Entonces le dije a mi esposo que saliera, y fue entonces cuando decidimos escapar, porque la casa se iba a derrumbar”, recuerda la señora Quispe.
Para esta madre, dichos minutos fueron los momentos más terribles que le tocó vivir en su vida, que no desea recordar. “El terremoto no paraba. Las casas se caían, los niños gritaban. Quise correr, pero no pude, porque el movimiento de la tierra me tiraba al suelo. Era algo horrible. Disculpe si se me quiebra la voz, pero no encuentro palabras para explicar cómo fue eso, parece que hubiera sido ayer”, sostiene la señora Carmen.
“Mientras la tierra temblaba, pudimos salir de mi casa. Vi a mucha gente mayor y niños pidiéndole a Dios que calmara todo. Y Dios los escuchó. Segundos después, el terremoto terminó. Todo era oscuridad y polvo. No podíamos distinguir a nadie. Solo nos reconocíamos por nuestras voces”, narra Carmen.
La ayuda del gobierno, según nos cuenta, llegó tres días después. 
“Actualmente, Pisco sigue en carpas. Para mí, todo sigue igual. Lo único que hizo el gobierno fue levantar paredes alrededor. Ollanta vino cuando recién fue electo como presidente y prometió ayudar, ¡pero yo no veo nada! Quisiera que terminen lo que han comenzado. Pisco lo necesita”, sostiene la señora Carmen, llena de pesar.
“Es hora que reconstruyan Pisco”
Estrella Ormeño Hernández, ama de casa de 47 años, también es una de las tantas personas que vivió el terremoto. 
“El día del sismo, yo me encontraba en la casa de mi papá, ayudándolo en su negocio. Fue ahí donde me agarró el movimiento”, comenzó a contarnos doña Estrella.
“Los pobladores estaban muy alarmados. La gente estaba enloquecida, corrían de aquí para allá. Nosotros pensábamos que el sismo iba a acabar rápido, como en otras ocasiones, pero no fue así. De repente, se comenzaron a caer las paredes. Todos comenzamos a correr y a gritar. Francamente, las personas se dejaron llevar por el pánico, incluso yo también me puse histérica”, confiesa Estrella. 
Esta ama de casa, recuerda que tuvieron que pasar varios días para recién recibir algún tipo de ayuda del gobierno. “Fue entonces cuando vinieron a repartir alimentos y también carpas, pero nada más”, refiere la señora Ormeño. 
“Debido a las ruinas, mi familia y yo nos fuimos a vivir a otro sitio. Nos marchamos a San Andrés, porque aquí no se podía vivir, todo estaba destruido. Entonces, recuerdo que intentamos obtener módulos de vivienda que estaba dando el Gobierno, para lo que tuvimos que hacer muchos trámites”, refiere doña Estrella. 
Al igual que la señora Carmen, Estrella afirma que los damnificados deben ser atendidos, ya que así las autoridades se comprometieron. “Esta bien que se hagan pistas y veredas, pero también se deben de terminar de reconstruir las casas” señala.
 “El terremoto se llevó a mis padres”
La historia de Carlos Quispe Ramírez, de 34 años de edad, nos llena de conmoción y nostalgia. Esa tarde el terremoto se llevó a su papá y su mamá.
“El día del sismo, mis padres estaban cuidando a un sobrinito mío. Mi mamá siempre se encargaba de cuidarlo cuando los padres del menor no estaban. Cuando el terremoto empezó, mi mamá se dio cuenta que se iba a desplomar todo el techo. Por eso, cubrió a mi sobrinito con su cuerpo, dejando que el techo cayera sobre su cuerpo y en el de mi padre. Cuando los encontré, mi papá ya había fallecido. Mi madre aún estaba con vida, sin embargo, pocos minutos después también murió. Pude salvar a mi sobrino, que fue lo que me pidió mi madre minutos antes de que su cuerpo se quedara sin vida”,  nos cuenta un apesadumbrado Carlos.
La casa de Carlos no fue la única que se cayó, sino también de toda la cuadra. “Tengo amigos que viven a la vuelta de mi vivienda, cerca de aquí, cuyas casas quedaron peor que la mía. Esas casas se desmoronaron”, refiere el joven. 
“Hasta ahorita estamos en módulos. Conozco a muchas personas, aparte de mí, cuyas casas aún no se levantan. No sé hasta cuándo estaremos viviendo de esta forma”, se pregunta Carlos. 
Así o mas dramática es la situación de muchas familias del sur chico, afectados por el movimiento telúrico. En general, la población siente que las autoriades se han olvidado de ellos. Asi se ha cumplido un año más del terremoto.

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