jueves, 31 de mayo de 2012

¿Adolescencia perdida?



La inseguridad en las calles, provocada por las pandillas juveniles y las bandas delictivas, se hace cada vez más latente en el país. Congresistas y especialistas buscan poner fin a este dilema. Pero ¿cuál es la verdadera cura a tanta violencia? ¿Se debe meter al adolescente a la cárcel o a un centro de rehabilitación? Esta y otras interrogantes son planteadas en el siguiente reportaje.

La última visita que este semanario hizo al Penal San Pedro (ex Lurigancho) nos dejó un dato que no pudimos pasar por alto: En los últimos años la mayoría de los presos que están ingresando a este centro penitenciario son jóvenes entre 19 y 21 años de edad. Al parecer los centros de rehabilitación para los adolescentes que conforman las pandillas juveniles no están cumpliendo su labor resocializadora de una forma eficiente. 
Esta problemática social llevó a un grupo de parlamentarios a presentar el pasado 10 de mayo un proyecto de ley en el que solicitan la modificación del artículo 20, numeral 2, del Código Penal, referido a la inimputabilidad de los menores de edad, porque “consideran que la normativa actual no resulta acorde a la realidad”. Es decir, lo que solicitan congresistas como Renzo Reggiardo, cuya firma figura en el proyecto de ley mencionado, es que los adolescentes menores a los 18 años que hayan delinquido puedan ir a la cárcel.
Si bien la norma busca persuadir al adolescente a cometer un delito, ¿será esta la forma más adecuada para acabar con este problema? 
Para el congresista Reggiardo, entrevistado por La República, la norma no está pensada para cualquier delito sino para aquellos que generan  más daños a la sociedad: Homicidio calificado, parricidios, y una serie de delitos graves.
Una posición contraria lo tiene Federico Tong, psicólogo de profesión y actual asesor de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), quien dice que cuando se dan este tipo de cosas (refiriéndose al proyecto ley) lo que ocurre es que la panacea a este problema es más cárcel, más penas y a edades más tempranas, a pesar que se sabe que estas no han tenido éxito en países centroamericanos donde se aplicó. “Hay una falta de rigurosidad en la sustentación de este proyecto. No hay cifras, evidencias, estadísticas que sustenten un proyecto de estas características que a lo único que apela es a noticias periodísticas que se dan como información oficial”, señala el psicólogo.
Una opinión parecida la tiene el coronel Tomás Garay, director del Penal San Pedro – ex Lurigancho – quien no cree que la solución a la delincuencia juvenil pase por el tema punitivo. 
Para el oficial, en vez de internarlos a las cárceles lo que deberían hacer es construir locales para jóvenes. “Meterlos a un penal sería perjudicarlos más. Se debe trabajar con personas eficientes, que sepan de desarrollo de las personas, con especialistas. No se debe hablar por hablar”, sostiene.
Ya sea que una norma como esta persuada o no a un delincuentes juvenil, lo que sí es un hecho de acuerdo con varios estudios realizados es que la mayoría de los adolescentes que entran a una cárcel salen de aquél lugar más avezados que cuando ingresaron, es decir, más peligrosos para la sociedad.
De esta verdad nos puede dar fe Elmo David Molina un exintegrante de los “Maras”, quien purgó cárcel y quien en exclusiva para “El Universal” nos cuenta su historia.
“Yo empecé a los 9 años, en el Agustino. Me metí a las pandillas porque éramos 9 hermanos y la necesidad era grande. Yo sentía que era una carga para mi familia. En la calle conocí a chicos que me fueron involucrando en el tema de robo, y así comencé. Yo cometí mi primer homicidio a los 16 años. Era muy peligroso y hasta llegue a disparar a mi hermano mayor. Pertenecí al clan de Pablo Escobar y a los temidos “Maras Salvatruchas”. En el año 86 viajé a Tocache porque conocí a gente que me decían que allá había negocio con el narcotráfico. Me fui a Colombia como burrier. Comencé a formar pandillas y fui contactado por gente de Pablo Escobar en Colombia que me llevaron a Medellín. Tuve a mi cargo 500 o 600 pandillas. Luego de un tiempo, me cansé de hacer esa chamba porque tenía que matar a gente inocente, a veces hasta niños. Me revelé contra Pablo Escobar, por lo que él me empezó a buscar y, en una de esas búsquedas, mató a mi esposa y a mi niña de 6 meses. Me fui a Centroamérica. Allí conocí a los “Maras”. Para ese tiempo, ellos estaban siendo manejados por la Mafia Mexicana. Pero en Honduras me capturaron. En cárcel aprendí muchas cosas porque ahí tú te juntas con personas más peligrosas que tú. Pero yo ya estaba dispuesto a cambiar. Fue cuando decidí retornar al Perú en el año 92 para dejar todo esto. Yo tenía 22 años y lo que me motivó fue todo lo que había vivido. Si no me he muerto es porque Dios me ha dado una segunda oportunidad. Dejé las drogas sin necesidad de internarme porque es cuestión de decisión. Nadie creía en mí. Mis propios padres me decían que yo iba a morir en mi ley. Ahora, desde el año 93, me dedico a trabajar con los que nadie quiere trabajar: Con las pandillas. Hoy soy un hombre que trabaja en la Municipalidad del Rímac ayudando a pandilleros y delincuentes, aconsejándoles a que dejen esa vida temeraria y peligrosa. Yo no soy político, pero el alcalde del Rímac nos dio apertura para hacer nuestras actividades aquí. Es necesario trabajar en tres espacios, y el alcalde se ha dado cuenta de eso. La prevención, la intervención y la socialización, porque el joven que está en una pandilla genera un conflicto en la sociedad. No se trata de comprar más patrulleros, se trata de ir a los barrios y ver las realidades de los muchachos. Yo a los pandilleros les digo, que cambien no por lo que les diga, sino que analicen su vida, porque todo lo que ellos hacen va a tener consecuencias”.
Sí hay esperanza
Gracias al trabajo de Elmo Molina, Francescoli Jesús, expandillero, de 22 años, hoy es un joven grafitero que está superando su problema delincuencial. Él, junto a otros jóvenes, está organizando un evento para este 2 de junio, en el que se expondrán diferentes obras de este arte callejero como es el grafiti.
“Yo he venido a la Municipalidad del Rímac para que nos apoyen y nos den espacio. Yo pinto grafiti y Elmo nos está ayudando. Actualmente estamos organizando un evento que se realizará este sábado 2 de junio. Se van a poner banners para que podamos pintar y no nos vean como delincuentes, sino como personas que queremos cambiar. Aquí tenemos espacio y Elmo y la Municipalidad nos están ayudando, ellos nos van a dar el permiso, las pinturas y los banners. Así nos ayudan a resocializarnos”, indica.

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