jueves, 31 de enero de 2013

En el último día, el gran día de la fiesta…


Pablabra del Obispo Macedo


¿Cuánto vale un alma? ¿Y si fuera la de un ser querido? ¿Y si fueran las de toda la familia?
Claro, no hay nada en este mundo comparable al valor de un alma.
Pero la mortandad ha andado suelta en este mundo.
Por cosas banales o por poco dinero se lleva la vida de las personas.
Solamente Dios, los nacidos del Espíritu Santo y el diablo conocen el valor de un alma.
El rey de Sodoma, simbolizando a Satanás, le dijo a Abraham:
Dame las personas, y toma para ti los bienes. (Génesis 14:21)
Eso da una idea del objetivo satánico en este mundo.
Según la Ley de Moisés, todo primer hijo de una pareja sería dedicado o consagrado al Señor.
El primer hijo hombre, primicia de la pareja, era dedicado al Señor.
Ese niño, como diezmo, se volvía propiedad especial del Señor Dios.
Al octavo día de nacido, se celebraba su consagración.
En ese momento, los padres tenían que presentar los votos de sacrificios por motivo de la consagración. Cada pareja, de acuerdo con sus posesiones, hacía su ofrenda.
Por más pobre que fuese la pareja, aun así, tenía que ofrecer un sacrificio.
Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor, y para ofrecer un sacrificio, conforme a lo que se dice en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.    (Lucas 2:23-24)
Eso sucedió con el niño Jesús.
Un par de tórtolas o dos palominos eran lo mínimo que deberían ofrecer a Dios.
Alabado sea el Nombre del Señor que nos abrió la puerta para consagrar o dedicar a cualquier persona a Él, independientemente de que sea o no el primogénito.
La consagración del niño Jesús exigió, de acuerdo a la Ley de Moisés, el sacrificio de la sangre de animales.

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