martes, 8 de enero de 2013

La encrucijada de los militares en una era post Chávez



En caso Hugo Chávez no pudiera continuar en el poder, ya sea por la enfermedad que padece o en el peor de los escenarios porque haya muerto, la cúpula militar no sabe si seguir apoyando el proyecto bolivariano o no.

Desde que Hugo Chávez tomó el poder de Venezuela en la madrugada del 4 de noviembre de 1988, la petrolera estatal PDVSA y las Fuerzas Armadas se han convertido en las columnas vertebrales de la revolución bolivariana. Mientras una aporta los recursos para la ejecución de los sueños socialistas del chavismo; la otra, ofrece el poder del fuego y las capacidades logísticas y de gestión.
Ambos son agujeros negros, inescrutables tanto para el público como para los otros poderes del Estado. Pero mientras la petrolera tiene una cara visible, la del ministro de Energía y Minas y presidente corporativo, Rafael Ramírez, del sector militar no se tiene una figura clara.
Hay un consenso en que todos esos grupos quedaran amalgamados en caso de que la transición que se inicia el 10 de enero, cuando se espera que Hugo Chávez no sea capaz de presentarse a su juramento como presidente de Venezuela para el período 2013-2019, desborde los cauces institucionales y de que la necesidad de restablecer el orden público por la disuasión o por la fuerza exija, entonces, un espíritu de cuerpo. Pero ese sería el último escenario.
El papel que se espera de las Fuerzas Armadas es que conformarían una especie de “escenario egipcio”, en que los militares entre bastidores definirían las “rayas rojas” hasta donde se podrían tolerar las indefiniciones y el desorden.
La tutela vigilante por parte de las Fuerzas Armadas, en medio de una transición constitucional del poder, supondría un reordenamiento interno para dirimir quién llevaría la voz cantante de esa supervisión. ¿Quiénes estarán en lista? Lo seguro es que las facciones más proclives a representar la opinión castrense durante la crisis mantienen su fidelidad al proceso bolivariano, bien por convicción política o por una sujeción más abstracta al hilo constitucional. Aun así, se pueden reconocer matices que diferencian a tres grupos, que de manera esquemática se pueden rotular como los Ideologizados, los Pragmáticos y los Institucionalistas.
De los primeros, el representante actual es el ministro de Defensa en funciones, almirante Diego Molero. Resulta significativo que Chávez, sabedor del trance de salud que enfrentaba, lo haya nombrado para el cargo en octubre pasado. ¿Por qué confiar en Molero en un momento tan delicado? Tal vez por su declarada convicción socialista. 
La designación de Molero fue una auténtica sorpresa. Quienes parecían destinados a ocupar el ministerio eran el general del Ejército Wilmer Barrientos, actual jefe del Comando Estratégico Operacional (CEO), y el general Carlos Alcalá Cordones, comandante general del Ejército. Los dos pertenecieron a la clase de 1983 y estuvieron vinculados en su momento al MBR 200, la logia interna que en 1992 afloró con la intentona golpista conducida por Chávez y otros tres comandantes. Pero mientras a Alcalá Cordones se le tiene por un militar institucionalista, apegado en última instancia a los parámetros de la profesionalidad castrense, Barrientos sería un pragmático, de la facción dispuesta a esperar a saber de qué lado soplan los vientos para tomar partido.
Si bien cualquiera de los tres podría jugar un papel preponderante en una etapa post Chávez, lo cierto es que no se descarta que en la oscuridad de la caja negra militar esté germinando otro liderazgo aún desconocido, como lo fue el mismo Chávez hasta la madrugada del 4 de febrero de 1992. (El País)

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